Richard Smith

4. La planificación racional requiere democracia

Sostengo que la única manera de planificar la economía para el bien común es hacerlo nosotros mismos, democráticamente. ¿Energía Solar o carbón? ¿Hacer fracking en todo el planeta o arreglárnoslas para deshacernos de los combustibles fósiles? ¿Empapar las granjas del mundo con pesticidas tóxicos o volver a la agricultura ecológica? ¿El transporte público o los coches privados como lo principal? Vamos a poner a decisión estas preguntas. ¿No debería todo el mundo tener voz en las decisiones que nos afectan a todos? ¿No es esa la idea esencial de la democracia? El problema con el capitalismo es que economía no está para elecciones, pero tiene que estarlo. Enormes decisiones que afectan a todos nosotros, y millones de otras especies -incluso el destino de la vida en la tierra- son decisiones privadas, hechas por consejos de administración en nombre de los inversores interesados. Las encuestas muestran que un 93 por ciento de los estadounidenses quieren etiquetado de OGM (Organismos Modificados Genéticamente) en los alimentos y el 57 por ciento piensa que tales alimentos no son seguros (42). Pero no llegan a votar sobre estas cuestiones. Bueno, ¿por qué no? El Congreso de EE. UU., que afirma representar y expresar las opiniones del electorado, aprobó un proyecto de ley para evitar el etiquetado obligatorio para que las empresas de alimentos no tengan que revelar sus productos contienen OGM (43). Esto es la «democracia capitalista». En las democracias capitalistas, los políticos suelen representar los intereses de las empresas y de los ricos, que financian sus campañas, los sobornan y les regalan vacaciones de lujo, en lugar de los deseos del electorado, que contribuye poco al financiamiento de campañas. Esta es la corrupción de la democracia capitalista. Las encuestas muestran que 69 por ciento de los estadounidenses, el 71 por ciento de los chinos, el 77 por ciento de nigerianos, y el 88 por ciento de los brasileños quieren que se impongan límites vinculantes a las emisiones de CO2. (44). Pero las corporaciones no quieren estos límites, así que sobornan o intimidan a «nuestros» políticos para conseguir lo que quieren. ¿Qué tipo de democracia es esta? ¿Por qué no llegamos a votar sobre estas preguntas? ¿Por qué no podemos tener referéndums nacionales sobre estas preguntas? No tenemos que ser expertos para tomar tales decisiones. Los consejos de administración no están compuestos por expertos. Están compuestos por grandes inversores y personas importantes, a menudo con conexiones políticas. Ellos deciden y votan qué quieren hacer y, a continuación, contratan a expertos para averiguar cómo hacerlo. ¿Por no puede la sociedad no puede hacer lo mismo, pero en interés del bien común en lugar del de los inversores de Wall Street?

¿Cómo sabemos que la gente votará por el bien común?

No lo sabemos. Después de todo, la gente vota en contra de sus propios intereses en las elecciones todo el tiempo. Sin embargo, si miramos más cerca, no es tan sorprendente, dadas las limitadas opciones que se ofrecen en la democracia capitalista. Lo que vemos es que, en abstracto, la gente votaría conscientemente sobre cuestiones ambientales: el 69 por ciento de los estadounidenses favorecen los límites vinculantes a las emisiones de CO2 y el 93 por ciento quieren el etiquetado de productos con OMG. Esto muestra, creo, que la gente tiene muy buenos instintos sobre el medio ambiente. Pero cuando la cuestión se enmarca como una elección entre el medio ambiente frente a los puestos de trabajo y otras cuestiones que afectan al bolsillo, la gente muy a menudo vota por la economía y en contra del medio ambiente. Por ejemplo, en 2012 los californianos votaron la Proposición 37, que hubiera hecho obligatorio el etiquetado del contenido de OMG en los alimentos y, de haberse aprobado, California hubiese sido el primer estado en exigir tal etiquetado. A pesar de que las encuestas mostrasen que una gran mayoría favorecía el etiquetado, fue derrotado por poco, obteniendo sólo el 48,6 por ciento de los votos. ¿Por qué fue derrotado? Las iniciativas pueden ganar o perder por varias razones. Pero en este caso, probablemente no es irrelevante que los opositores, incluyendo Monsanto, E.I. Dupont, BASF Plant Science, y otros sectores, superaron la financiación de los pro-etiquetado en más de cinco a uno: 46 millones frente a 9,2 millones de dólares. Los opositores gastaron masivamente en anuncios de propaganda engañosa, afirmando que la medida aumentaría hasta 400 dólares al año los costes familiares en comida. Este es un patrón común con una larga historia. (45). Sin embargo, aun así, casi fue derrotado. El proceso de iniciativas es la democracia directa en acción. Pero cuando los intereses corporativos son libres de gastar dinero ilimitado para influir en la votación, y especialmente cuando los empleos o los niveles de vida están amenazados, la democracia es saboteada. Si queremos que la democracia funcione, la financiación de las elecciones debería ser exclusivamente pública y los debates deberían ser libres y abiertos, cero tolerancia con Fox News y otras máquinas de propaganda similares -y necesitamos una economía en la cual los trabajadores en sectores que tienen que ser desmantelados para salvar el planeta tengan puestos de trabajo similares garantizados en otros sectores.

Democracia planetaria: crear instituciones para la democracia económica

Tendríamos que establecer instituciones democráticas para planificar y gestionar nuestra economía social: juntas de planificación a nivel local, regional, nacional, continental e internacional. Estas tendrían que incluir no sólo los trabajadores, los productores directos, sino a comunidades enteras, consumidores, campesinos, agricultores -todos. Como regla general, cuánto más directa sea la democracia, más se acercará a la voluntad de la ciudadanía. Y la democracia directa no tiene por qué limitarse a los asuntos de la economía local. Muchos referéndums pueden y deben ser nacionales, incluso globales, porque se ocupan de cuestiones universales, que afectan a todo el planeta. Necesitamos una votación mundial sobre las cuestiones más importantes: ¿Tenemos que construir más centrales eléctricas de carbón o las cerramos y pasamos a las energías renovables? ¿Deberíamos abolir los grandes coches de lujo de altas emisiones y, en la medida en que necesitemos coches, revivir algo equivalente a los Volkswagen Escarabajo, Citroën 2CVs, y Fiat 500 de los años 60? ¿Tendríamos que pescar hasta la extinción o detener este saqueo y gestionar la sostenibilidad de los océanos? ¿Habría que talar la selva amazónica para cultivar soja o conservarla y restaurarla? Y si elegimos preservar el bosque, ¿Cómo vamos a reasignar laboralmente a los agricultores que actualmente cultivan allí frijoles de soja y ganado? Este tipo de preguntas deben abordarse a nivel mundial y local. Tenemos ordenadores e Internet. Larry Schmidt, de Google, dijo que el mundo entero estaría online en 2020. Tenemos un montón de modelos: la Comuna de París, los soviets rusos (consejos obreros) de 1917-19, el sindicato Solidaridad de Polonia en 1980-81, la planificación participativa de Brasil, La Vía Campesina, y otros (47). La democracia directa en la base y unas autoridades delegadas con derecho de revocación en las juntas de planificación de alto nivel. ¿Qué es tan difícil de eso? Sorprendentemente, incluso tenemos un vivo ejemplo de algo así como un modelo de planificación proto-socialista aquí en los Estados Unidos.

El ejemplo de la regulación pública de servicios

Como Greg Palast, Jarrold Oppenheim y Theo MacGregor describieron en Democracia y Regulación: Cómo el Público Puede Dirigir los Servicios Esenciales, es un hecho irónico y curioso que en EE. UU. pueda ser el líder mundial del mercado libre, pero, sin embargo, posee un indispensable y enorme sector de la economía que no está gobernado por el libre mercado, sino que están controlados públicamente -con servicios como la provisión de electricidad, gas, agua, alcantarillado y telefonía local. No sólo eso, sino que además es el sistema de servicios más eficiente y barato del mundo. Los autores afirman lo siguiente:

Única en el mundo (con la excepción de Canadá), cada aspecto de la regulación estadounidense está abierto al público. No hay reuniones ni documentos secretos. Todos y cada uno de los ciudadanos y grupos están invitados a participar: particulares, clientes industriales, agencias gubernamentales, grupos de consumidores, los sindicatos, la propia empresa de servicios e incluso sus competidores. Todos los afectados por las decisiones tienen el derecho a presentar su opinión abiertamente, a hacer preguntas al gobierno y las empresas de servicios y a leer todos los registros financieros y operativos en detalle. En foros públicos, con toda la información abierta a todos los ciudadanos, los principios del diálogo social y la transparencia cobran vida. Es un ejercicio democrático extraordinario -y funciona… Otro hecho poco conocido es que, a pesar de los recientes experimentos con los mercados de la electricidad [los autores publicaron este libro en 2003, apenas tres años después de la debacle de la privatización de Enron], Estados Unidos mantiene un sistema de regulación más estricto, más elaborado y detallado que en cualquier otro sitio: los beneficios privados de las empresas de servicios públicos están limitados y las inversiones son dirigidas o vetadas por agencias públicas. Los servicios públicos privatizados están controlados para reducir los precios para los pobres, financiar inversiones respetuosas con el medio ambiente, proteger el empleo comunitario y están abiertos a la inspección física y financiera… Los americanos, aunque están profundamente apegados a la propiedad privada, demandan un control gubernamental exigente y estricto sobre los servicios públicos vitales (48).

Los autores son precavidos al hacer notar que esto no es ningún “Jardín del Edén de la regulación». Tiene muchos fallos: la regulación es constantemente atacada por los promotores de precios de mercado, y el interés público y el ánimo de lucro de los servicios públicos privatizados a menudo chocan, con consecuencias negativas para el público. Pero, aun así, este hito de regulación industrial pública y democrática a gran escala, con largo recorrido e indiscutiblemente exitoso, nos ofrece un ejemplo práctico de algo parecido a un «proto-socialismo.» No veo ninguna razón obvia para que este modelo de democracia y transparencia no pueda ampliarse hasta abarcar toda la economía industrial.

Por supuesto, tendríamos que hacer mucho más que regular las industrias. Tendríamos que cambiar de rumbo y reorganizar completamente toda la economía, de hecho, toda la economía industrial mundial. Esto significa no sólo regular sino reestructurar: reducir y cerrar las industrias consumidoras de recursos y contaminantes, desplazar su capital y poner en marcha nuevas industrias. Esas son tareas enormes, más allá del alcance incluso de las multinacionales más grandes. Entonces, ¿quién más podría hacer esto sino masas auto-organizadas de ciudadanos, toda la sociedad actuando al unísono, democráticamente? Obviamente, muchas cuestiones se pueden decidir a nivel local. Otros, como el cierre de la industria del carbón o la reutilización de la industria automotriz, requieren una planificación a gran escala a nivel regional, nacional o internacional. Algunos temas, como el calentamiento global, la acidificación de los océanos y la deforestación, requerirían una amplia coordinación internacional, una planificación virtualmente global. No veo por qué eso no es factible sin ánimo de lucro. Tenemos la Convención Climática de las Naciones Unidas que se reúne anualmente y se encarga de regular las emisiones de GEI. No lo hace todos los años, no porque no sepa qué hacer, sino sólo porque carece de poder ejecutivo. Tenemos que dárselos.

5. La democracia requiere igualdad socioeconómica

Cuando en medio de la Gran Depresión ese gran «Abogado del Pueblo», el Juez Supremo Louis Brandeis, dijo: «Podemos tener democracia en este país o podemos tener una gran riqueza concentrada en las manos de unos pocos, pero no podemos tener ambas» tenía más razón de lo que creía. Hoy tenemos la mayor concentración de riqueza en la historia. No sólo para el 1%. En todo el mundo, Oxfam descubrió que sólo 80 personas poseen tanta riqueza como la mitad más pobre, 3.600 millones, de la población mundial (49). Así que no es sorprendente que hoy tengamos las democracias más débiles y corruptas desde el período keynesiano.

Sostengo que, si queremos una democracia real, tendríamos que abolir «la gran riqueza concentrada en las manos de unos pocos.» Eso significa que tendríamos que abolir no sólo la propiedad privada capitalista en los medios de producción, sino también los extremos de ingresos, los salarios exorbitantes, la riqueza acumulada, la gran propiedad y la herencia. La única manera de prevenir la corrupción de la democracia es hacer imposible obtener ganancias materiales, creando una sociedad sin ricos ni pobres. Si es ilegal ser rico, entonces hay poco o ningún incentivo para ser corrupto. Brandeis tenía razón: nunca tendremos una democracia real hasta que establezcamos una igualdad socioeconómica razonable como fundamento. Y si no podemos reemplazar el capitalismo con una democracia económica real, no veo cómo podemos evitar el colapso ecológico.

¿Eso significa que todos tendríamos que vestirnos con trajes azules de Mao y cenar en comedores comunes? Difícilmente. Muchos estudios, notablemente El Nivel Espiritual, de Wilkinson y Pickett, han demostrado que las personas son más felices, la vida es mejor, hay menos crimen y violencia, y menos problemas de salud mental en sociedades que son más iguales, donde las diferencias de ingresos son pequeñas y la riqueza concentrada es limitada (50). Gandhi tenía razón al decir que «el mundo tiene suficiente para las necesidades de todos, pero no la codicia de todos.» No tenemos cinco planetas para proveer los recursos para que el mundo entero viva el estilo de vida consumista derrochador que disfrutan los estadounidenses de clase media y alta. Pero tenemos más que suficiente riqueza para proporcionar a todos los seres humanos del planeta agua potable y saneamiento, alimentos de calidad, vivienda, transporte público, grandes escuelas y servicios de salud, todas las necesidades auténticas. Todos ellos deben ser garantizados como una cuestión de derecho. De hecho, la mayoría de ellos ya fueron declarados como tales en el Declaración Universal de Derechos Humanos de 1948:

Artículo 22. Toda persona, como miembro de la sociedad, tiene derecho a la seguridad cooperación y de conformidad con la organización y los recursos de cada Estado, de los derechos económicos, sociales y culturales indispensables para su la dignidad y el libre desarrollo de su personalidad.

Artículo 23. (1) Toda persona tiene derecho al trabajo, a la libre elección del empleo, a condiciones equitativas y satisfactorias de trabajo y a la protección contra el desempleo. (2) Toda persona, sin discriminación alguna, tiene derecho a igual salario por igual trabajo. (3) Toda persona que trabaje tiene el derecho a una remuneración justa y favorable, asegurando una existencia humanamente digna para él y su familia, complementada, si es necesario, con otros medios de protección social. (4) Toda persona tiene derecho a fundar sindicatos y a afiliarse a ellos para la protección de sus intereses.

Artículo 24. Toda persona tiene derecho al descanso y al esparcimiento, incluso a la limitación de las horas de trabajo y de las vacaciones periódicas remuneradas.

Artículo 25. (1) Toda persona tiene derecho a un nivel de vida adecuado para su salud y bienestar y el de su familia, incluidos los alimentos, el vestido, la vivienda y la atención médica y los servicios sociales necesarios, y derecho a la seguridad en caso de desempleo; enfermedad, discapacidad, viudez, vejez u otra falta de medios de subsistencia en circunstancias ajenas a su voluntad. (2) La maternidad y la infancia tienen derecho a cuidados y asistencia especiales. Todos los niños nacidos dentro o fuera del matrimonio gozarán de la misma protección social.

La Promesa del Eco-Socialismo

Liberarnos del trabajo de producir mercancías innecesarias y dañinas nos haría libres para acortar la jornada laboral, para disfrutar del ocio, prometido, pero nunca entregado por el capitalismo, para redefinir el significado del nivel de vida para connotar una forma de vida que en realidad es más rica, mientras que consume menos. En una sociedad en la que pueden todos fácilmente asegurar nuestras necesidades básicas y vivir cómodamente, en la que todos tenemos empleo garantizado y un ingreso básico, podemos, todos nosotros, realizar nuestro potencial en lugar de desperdiciar nuestras vidas en trabajo sin sentido y compras. Artistas pueden hacer arte en lugar de publicidad. Los carpinteros como yo podemos construir una hermosa, sustancial, y estéticamente agradable vivienda para las personas que lo necesitan, en lugar de para la vanidad de los que ya tienen demasiado. Los científicos e inventores pueden construir un mundo mejor en lugar de la próxima “iCosa” o un dron asesino. Los banqueros de Wall Street pueden abandonar sus vidas de crimen y encontrar un trabajo socialmente digno, por lo que ya no tienen que tener miedo de decirle a sus hijos lo que hacen todo el día. Todos podemos construir un hermoso mundo para transmitir a nuestros hijos, dejando espacio y recursos para las maravillosas formas de vida con las que compartimos este increíble planeta azul. Esto es el potencial del ecosocialismo.

6. ¿Imposible? ¿Quizás, pero cuál es la alternativa?

La «emergencia planetaria» que enfrentamos no es broma. Como Jared Diamond nos recuerda en su libro Colapso, en el pasado las civilizaciones colapsaron individualmente mientras que hoy nosotros frente a la perspectiva de un colapso ecológico en todo el planeta, el colapso de la civilización, y quizás incluso nuestra propia extinción (51). Lo que nos da una ventaja aquí es que el capitalismo no tiene solución alguna a esta crisis. La respuesta del capitalismo a cada problema es más del mismo crecimiento y sobreconsumo que ha destrozado el planeta y el clima en primer lugar. Nunca puede haber una solución de mercado a nuestra crisis porque cada «solución» tiene que estar subordinada a maximizar el crecimiento, o las empresas no pueden permanecer en el negocio. ¿Qué diferencia hay si Alemania consigue casi que 30 por ciento de su electricidad provenga de la energía solar y eólica, cuando la industria alemana utiliza este poder para fabricar millones de calentadores globales y diésel sucios para arrancar? Los automóviles son la principal exportación de Alemania, cuanto más grande mejor. ¿Qué importa si Apple potencia todas sus operaciones en China con «100 por ciento energías renovables» cuando lo que fabrica en China es ecológicamente desastroso, productos desechables costosos, miles de millones de iPhones, iPads, y demás? Si Apple realmente quería salvar al mundo, dejaría de producir productos desechables y produciría teléfonos y computadoras duraderos que podrían durar décadas, que podrían ser fácilmente reconstruidos, actualizados y totalmente reciclables. Pero por supuesto, eso pondría los negocios a toda prisa. Por eso el capitalismo verde sólo puede llegar hasta ahí. Como, uno por uno, todas las estratagemas pro-mercado: el tope y las REDD, y las ilusiones del «crecimiento verde», del crecimiento perpetuo sin un consumo de recursos en constante crecimiento, se revelan contraproducentes o, al menos, demasiado suaves para la reducción de recursos y contaminación que tenemos que hacer, creo que la gente estará más abierta a alternativas radicales.

Estamos viviendo en uno de esos momentos cruciales de la historia que cambian el mundo. De hecho, no es exagerado decir que este es el momento más crítico de la historia humana. El capitalismo ha tenido una buena racha de 300 años. Pero los sistemas económicos van y vienen. No se puede negar la magnitud de los cambios que vamos a tener que hacer para salvarnos. No hay duda de que abandonar el capitalismo y pasar a una etapa superior de la civilización – el eco-socialismo-, reemplazando la cultura del «individualismo posesivo» por una cultura de compartir, de comunidad y de amor, es el mayor desafío que la humanidad jamás ha enfrentado. Podemos fallar, claro. Pero ¿qué otra opción tenemos que probar? Los australianos en Stanley, la película distópica de Kramer, no tenían alternativa. Estaban condenados sin importar lo que hicieran. Pero todavía tenemos una oportunidad, de hecho, una gran oportunidad para hacer un mundo mejor. Por difícil que sea pensar en reordenar completamente nuestras vidas económicas, no puedo creer que la humanidad vaya a cometer un eco-suicidio colectivo para salvar al capitalismo.

Notas

42 Monica Anderson, “Amid debate over labeling GM foods, most Americans believe they’re unsafe to eat,” Pew Research Center, Facttank, August 11, 2015, http://www.pewresearch.org/facttank/2015/08/11/amid-debate-over-labeling-gm-foods-most-americans-believe-theyre-unsafe/

43 Mary Clare Jalonick, “House Passes Bill to Prevent Mandatory GMO Food Labeling,” Associated

Press, July 23, 2015, http://www.pbs.org/newshour/rundown/house-passes-bill-prevent-mandatory-gmo-food-labeling/

44 Sewell Chan, “Poll Finds Global Consensus on a Need to Tackle Climate Change.”

45 See Carl Lutrin and Allen Settle, “The Public and Ecology: the Role of Initiatives in California’s Environmental Politics,” Western Political Science Quarterly 28.2 (June 1975): 352-371.

46 For the industry-backed opponents see Jeffrey M. Smith’s speech on GMOs, Chemtrails Conference, August 17, 2012, https://www.youtube.com/watch?feature=player_embedded&v=P5B62cbwP_E For the pro-labeling forces see: Stacy Malkan, “Statement about Bogus Economic Analysis of GMO Labeling Costs – Yes on Prop 37,” August 31, 2012, http://www.carighttoknow.org/cost_statement Also: Common Dreams Staff, “Pesticide Giants Pour Millions into Campaign to Defeat California Prop. 37,” CommonDreams.org, October 4, 2012, http://www.commondreams.org/news/2012/10/04/pesticide-giants-pour-millions-campaign-defeat-californias-prop-37

47 For example, Poland’s Solidarity trade union opposed the Polish Communist Party’s monopoly of the economy by proposing a comprehensive economic program of socialist economy based around “social,” state, cooperative, private, and mixed enterprises operating in a mixed economy in which “socialized planning should be operated on the principle that the final decision belongs to the representative, not executive bodies.” From: Network of Solidarity Organizations in Leading Factories,

Position on Social and Economic Reform of the Country (1981), p. 4, quoted in Horst Brand, “Solidarity’s Proposals for Reforming Poland’s Economy,” Monthly Labor Review (May 1982): 43-46. Unfortunately, Solidarity never got to try out these reforms because it was crushed and its leaders jailed for years, after which capitalism was restored in Poland.

48 Greg Palast, Jerrold Oppenheim, and Theo MacGregor, Democracy and Regulation: How the Public can Govern Essential Services (London: Pluto, 2003), 1-4 (italics are my own). On page 98, theauthors point out yet another irony of this system of public regulation, namely that it was createdby private companies as the lesser evil to fend off the threat of nationalization: “Modern US utilityregulation is pretty much the invention of American Telephone & Telegraph Company (AT&T)and the National Electric Light Association (NELA) – the investor-owned telephone and electricindustries at the turn of the twentieth century. They saw regulation as protection against Populist and Progressive movements that, since the economic panic of 1873 and later disruptions, had galvanized anti-corporate farmer and labor organizations. By the turn of the twentieth-century, these movements had galvanized considerable public support for governmental ownership of utilities…”

49 Mona Chalabi, “Meet The 80 People Who Are As Rich As Half The World,” FiveThirtyEight, January 18, 2015, http://fivethirtyeight.com/datalab/meet-the-80-people-who-are-as-rich-ashalf-the-world/.

50 Kate Pickett and Richard Wilkinson, The Spirit Level: Why Greater Equality Makes Societies Stronger (London: Bloomsbury, 2011).

51 Jared Diamond, Collapse: How Societies Choose to Fail or Succeed (London: Penguin, 2011).

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