Kristen R. Ghodsee1 y Julia Mead2

El nueve de marzo de 2018, el Financial Times -que no es precisamente un bastión para el sentimiento pro-socialista-, tuvo que decir algunas cosas bonitas sobre el comunismo. En un informe especial sobre “Las Mujeres en la Tecnología”, FT habló sobre las razones de los grandes porcentajes de empleo femenino en los sectores tecnológicos de Bulgaria y Rumanía.4 Cuando examinaban los datos europeos, resultó que ocho de los diez países con mayor empleo femenino en tecnología eran antiguos países socialistas, donde “el legado soviético” de promover a las mujeres en las áreas de matemáticas, ciencia e ingeniería había creado un ambiente social que favorecía el éxito de las mujeres en estas áreas, incluso tres décadas después de la caída del Muro de Berlín.

Ya en 2015, un informe sobre salud de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) descubrió que seis de los diez países con mayor porcentaje de doctoras también se encontraban al otro lado del Telón de Acero.5 Unos increíbles tres cuartos de todos los doctores en Estonia eran mujeres, comparado con sólo un tercio de los doctores en Estados Unidos. Aún más, otro informe de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO) encontró que, en comparación con Europa occidental, Europa del este tenía porcentajes mucho mayores de mujeres trabajando en los sectores de I+D.6 En una fecha tan reciente como 2012, dos tercios de todos los jueces en Rusia eran mujeres.7 En todos los casos, la explicación de las diferencias era la larga historia de los esfuerzos de los países socialistas por la educación y el empleo de las mujeres. A pesar de décadas de activismo feminista en el oeste, las mujeres en los antiguos países socialistas todavía disfrutan de un mayor acceso a los puestos de trabajo de sectores económicos punteros.

A pesar de los datos, todavía es difícil tener una conversación sobre qué pudo haber hecho bien el socialismo. Dos artículos de opinión de 2017 en el New York Times que sugerían que el comunismo del siglo XX había hecho algunas cosas positivas para las mujeres fueron contestados con gritos de indignación por parte de Fox News y ejércitos de trolls de la alt-right.8 La memoria histórica del socialismo de Estado del siglo XX es tan controvertida que muchos izquierdistas -tanto como anarquistas y socialdemócratas- intentan escapar de ella, no parezca que están haciendo apología de los horrores soviéticos.9 También las feministas menosprecian los logros de las mujeres en el antiguo Bloque del Este, porque fueron impuestos de manera jerárquica en un contexto político dictatorial.10 Y, más importante, las mujeres de los Estados socialistas rechazan la premisa básica del feminismo liberal occidental: hombres y mujeres deben ser tratados iguales. Los socialistas siempre creyeron que los hombres y las mujeres eran iguales, pero diferentes, y que el Estado tenía que jugar un papel fuerte para asegurar que la biología reproductiva de las mujeres no les supusiera una desventaja.

Durante los primeros años de la Guerra Fría, los líderes americanos consideraron la promoción de las mujeres hacia la fuerza de trabajo formal como una evidencia de la mutación que hacía el comunismo de los roles de género dados por Dios y de sus diseños antinaturales (y, por lo tanto, perversos) sobre la destrucción de la familia. Las mujeres americanas pudieron haber sido movilizadas hacia la producción en la Segunda Guerra Mundial, pero como ha demostrado la historiadora Elaine Tyler May, fueron devueltas a la cocina tan pronto como los soldados regresaron.11 En cambio, Rusia perdió casi el dos por ciento de su población en la Primera Guerra Mundial y la Unión Soviética perdió un enorme 14 por ciento en la segunda.12 Los demás países de Europa del Este también perdieron cientos de miles de ciudadanos en la Segunda Guerra Mundial (a la cabeza Polonia, con cinco millones de bajas) y sufrieron la destrucción masiva de la propiedad y la infraestructura. No podían permitirse llevar a las mujeres de vuelta a la cocina.13 Las muertes por la guerra produjeron escasez de mano de obra y crearon oportunidades para las mujeres que no desaparecieron después de que los desequilibrios demográficos fueran corregidos. La preservación de la participación de las mujeres en la fuerza trabajo formal -incluso ante la precipitada caída de la tasa de natalidad- se debió, en parte a un compromiso ideológico hacia la emancipación de las mujeres arraigado en las teorías clásicas del socialismo, en parte a la demanda de independencia económica de los hombres por parte de las propias mujeres. Por ejemplo, a finales de la década de 1980, bajo Mijaíl Gobachov, los líderes soviéticos estaban considerando la manera de reducir la jornada dual de las mujeres en el empleo formal y las tareas domésticas. Los investigadores preguntaron a las mujeres de la Unión Soviética si se quedarían en casa si sus maridos pudieran permitírselo; un rotundo 80% de ellas dijo que prefería trabajar.14 Las políticas divergentes de las dos Alemanias después de 1949 también demuestra cómo el este y el oeste trataron de manera distinta a las mujeres después de la guerra. Los alemanes occidentales volvieron al modelo tradicional breadwinner/ama de casa de la familia nuclear (a pesar la escasez de mano de obra), mientras que los alemanes orientales vieron necesario el empleo femenino formal para minar la persistencia de la familia patriarcal.15 Este compromiso con la educación y el desarrollo profesional de las mujeres caracterizó a todos los regímenes socialistas en distintos niveles. También trataron de socializar el trabajo doméstico de las mujeres a través de la construcción de comedores comunales, lavanderías, cooperativas de costura y servicios para la infancia. Es más, los partidos comunistas introdujeron reformas radicales de la ley familiar: aseguraron la igualdad de hombres y mujeres, liberalizaron el divorcio, igualaron el trato hacia los hijos legítimos e ilegítimos y (en muchos, pero no en todos los países) garantizaron los derechos reproductivos de las mujeres.16

¿Cumplieron los países socialistas sus promesas en torno a la emancipación femenina? ¿Disfrutaban las mujeres de Europa del este de mayores niveles de emancipación comparadas con sus homólogas en el oeste? Estas son las cuestiones de las que hablaremos en esta breve visión general de la situación de las mujeres en los países socialistas de Europa del Este antes de 1989. A pesar de la naturaleza autoritaria de estos regímenes, creemos que aquellos interesados en promover la igualdad de género pueden aprender de las experiencias de Europa del este, porque sus soluciones jerárquicas, si bien no cumplieron todas sus promesas, sí promovieron cambios sociales y culturales que permitieron a las mujeres lograr un equilibrio entre su vida personal y profesional, comparadas con sus iguales en el oeste capitalista.

¿Cómo sabemos lo que sabemos?

Hoy, a lo largo de Europa del este, una creciente generación de historiadoras, sociólogas, antropólogas y académicas en estudios de género están investigando cómo el socialismo de Estado liberó a las mujeres, tratando de matizar la imagen sombría y monolítica que los occidentales tienen de la vida detrás del Telón de Acero.17 Pocas de estas investigadoras se preguntan cómo el socialismo pudo tener algunas políticas favorables a las mujeres que mejoraron las condiciones materiales de la vida de la gente corriente. En lugar de esto, el debate se centra en los fallos de los regímenes para desafiar la autoridad patriarcal en el hogar y la falta de apoyo del Estado para la autonomía de las mujeres más allá de sus roles como madres. Los académicos occidentales y algunas feministas de Europa del este también han criticado estas políticas como una especia de “emancipación desde arriba” que se demostró ineficaz y que fue perjudicial en el largo plazo, ya que dificultó el surgimiento de movimientos de mujeres de base. En su artículo de 2015, “Cómo Sobrevivimos al Post-Comunismo (y no nos reímos)”, Slavenka Drakulić explica:

La emancipación desde arriba -como yo la llamo- fue la principal diferencia entre las vidas de las mujeres bajo el comunismo y de aquellas en las democracias occidentales. Las leyes emancipatorias fueron construidas en el sistema legal comunista, garantizando a las mujeres todos los derechos básicos -desde el voto hasta ser dueñas de una propiedad, desde la educación al divorcio, desde el salario igual por igual trabajo hasta el control de nuestros cuerpos… La igualdad formal de las mujeres en el mundo comunista era observada mayormente en la vida pública y en las instituciones. En cambio, la esfera privada estaba dominada por el chovinismo masculino. Esto significaba muchos casos de violencia de género sin denunciar, por ejemplo. También significaba que los hombres normalmente no tenían obligaciones en casa, que dejaban a las mujeres menos tiempo para ellas. No era sólo la falta de libertad -y tiempo- lo que impedía a las mujeres luchar por cambios sino, más importante, una falta de convicción de que el cambio era necesario. Alguien más se encargó de pensar en eso por ti. Y debido a que el cambio provenía de los poderes fácticos, se hizo creer a las mujeres que no había necesidad de cambio ni espacio para mejorar.18

Los Estados socialistas pueden no haber cumplido plenamente sus promesas a las mujeres, y las mujeres de Europa del este lucharon bajo la doble carga del empleo formal y el trabajo doméstico. Pero hubo logros reales. El problema es cómo documentarlos de una manera mesurada.

Podemos empezar comparando los códigos legales. Sobre el papel, los países socialistas parecen ser mejores en torno a los derechos de la mujer y las prestaciones familiares durante gran parte de la Guerra Fría. La Unión Soviética establecía la completa igualdad legal para las mujeres en 1917, mientras que los Estados Unidos todavía no han ratificado la Enmienda de Igualdad de Derechos a la constitución.19 De manera similar, casi todos los demás países del mundo han ratificado la Convención

de las Naciones Unidas sobre la Eliminación de toda forma de Discriminación Contra las Mujeres (CEDAW), llamada a veces la carta de derechos de las mujeres. Los Estados Unidos se unen a Irán, Palau, Somalia, Sudán y Tonga como miembro de un puñado de naciones que todavía no han ratificado un tratado que entró en vigor en 1981.20

La constitución búlgara ya garantizaba a las madres del país el derecho a bajas de maternidad. No obstante, a menudo hay un gran abismo entre la igualdad de iure y la de facto. Las leyes sirven de poco si no se aplican.

Como segunda estrategia, podemos examinar los archivos de los comités socialistas de mujeres -órganos del Estado responsables de las cuestiones políticas de las mujeres- y los minutos de las reuniones del Politburó, para buscar evidencias sobre si los derechos de las mujeres eran promovidos en los altos niveles del gobierno. Esta es la estrategia que eligió la historiadora Wang Zheng en su excelente estudio sobre la Federación de Mujeres de China.21 Pero incluso si uno puede acceder a todos los archivos relevantes, todavía queda el problema de la intencionalidad: ¿Realmente les importaban las vidas de las mujeres a los líderes comunistas? ¿O simplemente querían usar a las mujeres para los intereses del Estado, como incrementar la tasa de natalidad o hacer la mano de obra más productiva? Las transcripciones de meras palabras no pueden decirnos nada sobre sus intenciones.

Las entrevistas con mujeres que crecieron bajo el socialismo de Estado en Europa del este también proveen relatos complejos sobre el pasado. Está claro que la historia oral tiene muchos problemas metodológicos, incluida la nostalgia por la infancia perdida y muchas suposiciones personales (y, a veces, inconscientes), por parte de los entrevistados, de lo que los entrevistadores quieren escuchar. Por ejemplo, un entrevistador americano puede obtener una respuesta diferente que uno local. Y cuando las mujeres de Europa del este describen aspectos positivos del pasado, a veces hacen suposiciones en base a su situación actual. En la extensa investigación de Ghodsee sobre la Bulgaria socialista, se descubrió que es más probable que aquellos que se identifican a sí mismos como los “perdedores” de los cambios políticos y económicos (aquellos marginalizados socialmente por su etnia, edad, clase o género) den relatos positivos sobre la seguridad económica y social de la era pre-1989.22 Y, al contrario, aquellos que se han beneficiado más de estos cambios, especialmente las nuevas élites urbanas, están más inclinadas a compartir sus recuerdos sobre los horrores del comunismo. De hecho, como afirman Liviu Chelcea y Oana Druţa, las élites post-socialistas desarrollan una especie de “socialismo zombie” para evitar la resistencia popular a la violencia y miseria del clepto-capitalismo contemporáneo:

Las referencias obsesivas al pasado socialista han tenido poderes constituyentes, creando una versión particularmente fuerte del neoliberalismo. Los argumentos del socialismo zombie se han convertido en un dispositivo ideológico estratégicamente útil para impulsar la miseria social, aumentar la desigualdad y reducir el apoyo hacia políticas redistributivas. En este sentido, en su negación post-1989, el socialismo sigue siendo extremadamente relevante: el uso de representaciones ideológicas y espectrales del socialismo ha tenido, para los triunfadores de la transición, la capacidad de prevenir demandas de justicia social y de estructurar las relaciones políticas según la riqueza.23

En otras palabras, las historias de vida negativas antes de 1989 son utilizadas para justificar los resultados económicos actuales, los «ganadores» de la transición son reacios al cambio, no sea que pierdan su nueva riqueza y privilegio.

Problemas metodológicos similares atormentan a las encuestas de opinión pública sobre el pasado. Por ejemplo, un sondeo de 2013 a 1055 adultos rumanos descubrió que sólo un tercio había afirmado que sus vidas eran peores antes de 1989: un 44% dijo que sus vidas eran mejores y un 16% dijo que no habían cambiado. Estos resultados estuvieron divididos por género de manera interesante: un 47% de las mujeres creía que el socialismo de Estado era mejor para el país, pero sólo un 42% de los hombres pensaba lo mismo. De manera similar, mientras un 36% de hombres afirmaba que su vida era peor antes de 1989, solo un 31% de mujeres creía que su vida personal era peor bajo el comunismo que bajo la democracia.24 Rumanía, gobernada por el dictador Nicolás Ceaușescu, fue uno de los regímenes más brutales de Europa del este, pero hoy es uno de los países más pobres de la Unión Europea. Es difícil averiguar si los encuestados recuerdan positivamente sus vidas bajo el socialismo porque estas son muy duras hoy en día. Al final, las historias orales y los sondeos de opinión pública sobre el pasado -ya sean positivos o negativos- son difíciles de usar como fuentes de verdad definitiva por sí solos.

Una última estrategia es revisar la literatura científica que fue producida antes de 1989 – tanto por investigadores en los países del bloque del este como por académicos occidentales interesados en aprender (o desacreditar) los supuestos logros de las mujeres bajo el socialismo de Estado. Ambas posibles vías tienen sus propios inconvenientes; los países del Bloque del Este eran más propensos a exagerar sus logros y minimizar sus deficiencias, mientras que los eruditos occidentales probablemente hicieron lo contrario. Pero la lectura entre líneas de estas fuentes podría permitirnos vislumbrar la verdad, particularmente si combinamos una lectura crítica de esta beca con otras pruebas obtenidas de códigos legales, fuentes de archivo, historias orales y encuestas de opinión pública.

Teniendo en cuenta todas estas cuestiones metodológicas espinosas, ¿qué podemos decir acerca de las realidades de la vida de las mujeres bajo el comunismo? Algunas cosas eran buenas, algunas cosas eran malas, y muchas cosas dependían de quién eras, cuándo crecías y dónde vivías. Todas las mujeres vivieron bajo regímenes autoritarios y, en mayor o menor medida, según el año y el país, se enfrentaron a la realidad de la escasez de víveres, las restricciones de movilidad, la represión de las libertades políticas y los caprichos de la policía secreta. Pero, a pesar de estos inconvenientes muy reales, los gobiernos del socialismo de Estado apoyaron los derechos de las mujeres de manera que mejoraron dramáticamente las condiciones materiales de vida de cientos de millones, dándoles oportunidades para el progreso personal y la independencia económica de los hombres mucho antes de que Occidente los alcanzara.

Raíces históricas de la cuestión de la mujer

Los regímenes del socialismo de Estado del siglo XX formularon sus políticas sobre la emancipación de la mujer sobre tres textos claves: La mujer y el Socialismo (1879) de August Bebel, El Origen de la Familia, la Propiedad Privada y el Estado (1884) de Friedrich Engels y La cuestión de la mujer (1901) de Lily Braun. De estos textos los socialistas de Estado sacaron tres ideas principales: en primer lugar, la institución del matrimonio monógamo burgués existía para preserva la propiedad privada (los hombres necesitaban mujeres fieles para producir herederos legítimos). Esto reducía a las mujeres a bienes muebles. En segundo lugar, las mujeres solo eran verdaderamente libres si trabajaban junto a los hombres en una sociedad socialista donde todos los obreros compartían los frutos de su trabajo mediante la propiedad colectiva de los medios de producción. En tercer lugar, el Estado tenía que apoyar a las mujeres como madres, proveyendo recursos para ayudarlas a combinar la vida familiar y laboral. Aunque en esta época había un movimiento feminista vibrante a lo largo de Europa y en Estados Unidos, los socialistas se distinguieron de lo que ellos llamaban “feministas burguesas”, insistiendo en que la mera igualdad legal no era suficiente. En lugar de meramente tratar de conseguir el derecho de voto, a ir a la universidad y a entrar en algunas profesiones, los socialistas querían que el Estado interviniera activamente en nombre de las mujeres. Temían que el feminismo “burgués” no ayudara a las mujeres trabajadoras y preferían organizarse junto con los hombres para cambiar radicalmente la sociedad para todos los trabajadores, no sólo a las mujeres de clase alta.

En teoría, el socialismo liberaría a las mujeres de la dominación patriarcal educándolas e incorporándolas plenamente en la fuerza de trabajo remunerada. Con sus propias ocupaciones, las mujeres no necesitarían casarse por dinero y depender de los hombres para cualquier necesidad. Braun continuó las ideas de Bebel y Engels, atendiendo a las necesidades específicas de las mujeres como madres. Ella afirmaba que, dado que la maternidad era un servicio a la sociedad como un todo, el Estado debía compensar a las mujeres por sus tareas de cuidado de los niños. Idealmente, esto permitiría a las mujeres ser a la vez madres y trabajadoras. Gran parte del programa del socialismo de Estado para la emancipación femenina fue establecido en Copenhague en agosto de 1910, durante la segunda Conferencia Internacional de Mujeres Socialistas.

Los bolcheviques intentaron promulgar algunas de las ideas de estos teóricos socialistas. En diciembre de 1917, el nuevo gobierno soviético aprobó dos decretos demoledores, reemplazando el matrimonio religioso por el matrimonio civil y liberalizando el divorcio. En octubre de 1918, los soviéticos aprobaron una nueva ley de familia que deshizo milenios de autoridad eclesiástica y patriarcal sobre la vida de las mujeres. El nuevo “Código Legal sobre el Registro Civil de Muertes, Nacimientos y Matrimonios” rechazaba las prácticas legales tradicionales que hicieron que las mujeres fueran propiedad de sus padres o esposos. La iglesia perdió el control sobre el matrimonio y el divorcio. Este código elevó a las mujeres a ser jurídicamente iguales a los hombres, permitiendo a las esposas tener pleno control sobre sus propios salarios y propiedades. La Unión Soviética también abolió la categoría legal de ilegitimidad, para que todos los niños fueran considerados iguales.25 En aquellos alocados días de la revolución, los bolcheviques creían que podrían instigar la extinción de la familia tradicional con un puñado de decretos administrativos radicales.26

Pero los líderes soviéticos, especialmente Alexandra Kollontai, la comisaria de Bienestar Social, comprendieron que, incluso si las mujeres trabajasen fuera del hogar, sus deberes domésticos no desaparecerían. Para apoyar la emancipación de las mujeres, el Estado comenzó a construir una amplia red de lavanderías comunales, comedores, cooperativas de costura y guarderías. La idea era que una vez liberadas de la pesada carga del trabajo doméstico, las mujeres entrarían en la esfera pública en igualdad de condiciones con los hombres, desarrollando su educación, carrera profesional y relaciones personales como quisieran. El octavo Congreso del Partido Comunista adoptó una resolución para aumentar su trabajo entre las mujeres en 1919.27 Ese mismo año, Kollontai ayudó a establecer el Zhenotdel, una sección especial de mujeres dentro del Comité Central del Partido Comunista.28 Luego, en 1920, la Unión Soviética se convirtió en el primer país europeo en legalizar el aborto bajo demanda durante el primer trimestre del embarazo.29

Mirando atrás al siglo XX desde nuestra posición, es difícil entender cómo de radicales fueron estas reformas legislativas a finales de la década 1910 y principios de la de 1920. En cuanto a los derechos de las mujeres, no tenían precedentes; ningún país del mundo tenía unas políticas tan emancipatorias hacia las mujeres. Desgraciadamente, esta visión utópica temprana de abolir la familia y liberar a las mujeres demostró no ser realista. El naciente Estado soviético -tratando de lidiar con años de guerras, conflictos internos y hambrunas- carecía de los recursos para hacer frente a la socialización de todo el trabajo doméstico que las mujeres solían hacer de manera gratuita en sus hogares. Las lavanderías públicas, comedores e instalaciones para el cuidado de niños demostraron ser demasiado caras para la inestable economía soviética. Pero, y más importante, las disposiciones de las leyes familiares de 1918 dificultaron más que ayudaron la vida de muchas mujeres rusas.

Las mujeres trabajadoras no ganaban lo suficiente para mantener a sus familias sin un sostén masculino. La liberalización de las leyes de divorcio significó que muchos hombres abandonaron a las mujeres cuando quedaron embarazadas, y las leyes de pensión alimenticia resultaron difíciles de implementar. El sexo fuera del matrimonio causó el nacimiento de cientos de miles de niños no deseados. El Estado carecía de recursos para cuidar a estos huérfanos rojos, lo que produjo ejércitos de gamberros callejeros sin hogar en las principales ciudades. La liberalización del aborto de 1920 permitió a las mujeres controlar su fertilidad, pero luego precipitó una caída masiva en la tasa de natalidad. Como ha sido bien documentado por la historiadora Wendy Goldman, el intento apresurado de abolir la familia acabó causando el sufrimiento de millones de personas. Para 1926, muchas mujeres, especialmente las de las zonas rurales, clamaban por el retorno de las viejas leyes. Las disposiciones del código de familia original de 1918 se eliminaron lentamente. Stalin abolió por completo la mayoría de ellas en 1936.30

Detrás del Telón de Acero

Los errores tempranos de la emancipación de las mujeres soviéticas y el retorno de Stalin a la familia nuclear familiar han dibujado muchos relatos de los derechos de las mujeres bajo el socialismo de Estado en Europa del este. Pero la escasez de mano de obra y los infames planes quinquenales hicieron necesaria la participación femenina en la fuerza de trabajo de la URSS, así que Stalin se mantuvo comprometido con la educación y el empleo de las mujeres incluso si ilegalizó el aborto y dificultó el divorcio. La historiadora Anna Krylova ha rastreado la lenta integración de las mujeres soviéticas al ejército y la emergencia de nuevos ideales igualitarios de la feminidad a lo largo de los años 30.31 Sin embargo, el gobierno soviético nunca estuvo a la altura de su compromiso de socializar

el trabajo doméstico. Incluso después de la muerte de Stalin, cuando el gobierno volvió a liberalizar el aborto, las mujeres soviéticas seguían siendo alentadas a tener hijos y trabajaban bajo una pesada doble carga, expuesta brillantemente por Natalya Baranskaya en su controvertida novela Una Semana Como Cualquier Otra.32

La situación era ligeramente mejor en los países de Europa del Este, que comenzaron su camino hacia el socialismo de Estado después de la Segunda Guerra Mundial. Aunque devastados por la guerra, la mayoría de los países de Europa oriental estaban más industrializados en 1945 que Rusia en 1917, cuando tenía, mayormente, una economía feudal compuesta por campesinos analfabetos. Su desarrollo relativo hizo que los países del bloque del este en la posguerra tenían más recursos para hacer cumplir sus primeras leyes que establecían la igualdad de los sexos y los medios para promover la educación y el empleo de las mujeres. Por supuesto, había mucha variedad entre estos países -Checoslovaquia, Hungría y Polonia eran más urbanos y desarrollados que las naciones mayormente rurales de Bulgaria, Rumania y Yugoslavia – pero todos ellos instituyeron alguna versión del programa socialista para la emancipación de la mujer establecido en Copenhague en 1910, que se intentó implantar en los primeros años de la Unión Soviética.

Estas políticas dieron lugar a un rápido incremento del porcentaje de mujeres que trabajaban fuera de casa a lo largo del bloque socialista. En 1950, la participación femenina en la fuerza de trabajo era del 51,8% en la Unión Soviética y de 40,9 en Europa del este, comparado con el 28,3% en América del Norte y el 29,6% en Europa occidental. Un cuarto de siglo después, las mujeres eran el 49,7 de la fuerza de trabajo en la Unión Soviética y un 43,7% de esta en Europa del este, en comparación con un 37,4% en América del Norte y un 32,7% en Europa occidental.33 Y, más importante, a pesar de muchas dificultades, las mujeres en la Unión Soviética afirmaban disfrutar de su trabajo. En un estudio de 1968 de 421 mujeres soviéticas, el 58% de ellas afirmaron que estaban “muy felices” con su trabajo. Cuando les preguntaron por qué trabajaban, la mayoría dijeron que querían unos ingresos adicionales para sus familias, pero también afirmaban que disfrutaban de la sociabilidad y la colectividad del trabajo porque les daba una oportunidad para salir de casa y conocer otras personas diariamente. Un tercio de las mujeres encontraban “interesante” su trabajo y un 35% afirmaba que querían “sentirse útiles para la sociedad”.34

Los escépticos pueden sugerir que los ciudadanos soviéticos sintieron presión política bajo el comunismo para informar que amaban sus trabajos, por lo que vale la pena señalar que este hallazgo se replicó en una encuesta a los antiguos ciudadanos soviéticos que emigraron voluntariamente a los Estados Unidos. En el estudio «Política, Trabajo y Vida Diaria en la URSS: Una Encuesta a los Antiguos Ciudadanos Soviéticos», James R. Millar y su equipo entrevistaron una muestra aleatoria de 2.793 hombres y mujeres de entre 21 y 70 años que habían emigrado a los Estados Unidos entre el 1 de enero de 1979 y el 30 de abril de 1983 (de una población total de 33.618 personas). Las entrevistas (financiadas con fondos del Departamento de Defensa, la CIA y el Departamento de Estado) hicieron a los encuestados una amplia variedad de preguntas para ayudar al gobierno de Estados Unidos a entender mejor las experiencias cotidianas de los ciudadanos soviéticos promedio. Los estadounidenses se sorprendieron por las altas tasas de satisfacción laboral reclamadas por personas que de otra manera estaban lo suficientemente insatisfechas con sus vidas como para huir de su patria.

Millar escribió en 1987 que “Se encontró que el trabajo era el aspecto más satisfactorio de la vida en la Unión Soviética”, reflejando el hecho de que el 25,5%% de la muestra afirmó que estaban “muy satisfechos” con sus trabajos y el 37,7% “algo satisfechos”.35 Esto significa que más de 63% de los exsoviéticos sentía satisfacción con su vida laboral previa, un hecho que se diferenciaba por géneros de una manera sorprendente: “Lo más interesante de todo es el alto grado de satisfacción con el trabajo por parte de las mujeres, y esto frente a un porcentaje de satisfacción también alto. Por la razón que sea, la discriminación salarial y la segregación laboral, que se ha demostrado que prevalecen en la URSS tanto como en cualquier otro lugar del mundo industrializado, no parecen haber afectado a la satisfacción de las mujeres con su trabajo en la URSS”. 36

En su libro de 1978, Las Mujeres Bajo el Comunismo, la politóloga Barbara Wolfe Jancar encontró evidencias de unos niveles similares de satisfacción laboral en Europa del este. Jancar recogió este comentario de una conversación que tuvo con una profesora en Yugoslavia: “Si tu tienes un trabajo, tienes tu pensión, tu futuro, tienes seguridad. Entonces, si te divorcias, sabrás que tendrás algo con lo que vivir. Por otra parte, nadie puede quedarse en casa con los niños todo el tiempo. Es muy aburrido. Y lo único que puedes hacer es hablar con tus vecinos. Si trabajan, no hay ninguno. Tus amigos están en el trabajo”.37

De hecho, otras encuestas realizadas a lo largo de la región antes de 1989 confirmaron la idea de que incluso si los maridos podían sustentarlas, las mujeres querían trabajar, al menos, a tiempo parcial. El problema era que en muchos países las mujeres eran obligadas a trabajar a tiempo completo y sus ingresos eran necesarios para las necesidades familiares. Además, las mujeres estaban concentradas en sectores económicos que no estaban tan bien remunerados como aquellos dominados por hombres. Los hombres y las mujeres recibían un salario similar si tenían la misma posición, pero muchas veces ellas fueron canalizadas hacia la agricultura y la industria ligera o concentradas en puestos de cuello blanco o profesiones de servicios tales como el derecho, la medicina, la contabilidad o la enseñanza. Los hombres estaban en la mina, la construcción, la ingeniería y otros trabajos físicos o técnicos más estimados por la economía planificada. Finalmente, las políticas del socialismo de Estado de garantizar la baja maternal -y el hecho de que las mujeres fueran casi siempre las que se quedaban en casa cuando los niños estaban demasiado malos para ir al colegio- hizo que los hombres tuvieran más posibilidades de promocionar hacia puestos altos de gerentes y ejecutivos. Los hombres eran concebidos sólo como trabajadores, no padres, pero las mujeres eran vistas como madres y trabajadoras a la vez.38

Las circunstancias del empleo femenino variaban entre países. Y es importante recordar que las diferencias salariales eran menos importantes en los países donde las necesidades básicas estaban subsidiadas y había poco que comprar con los ingresos disponibles. Aunque las mujeres se concentraban en los sectores menos remunerados de la economía, su trabajo les garantiza el acceso a la vivienda, la educación, la atención de la salud, las vacaciones pagadas, las guarderías y sus propios fondos de pensiones independientes. Además, en algunos países las mujeres podían jubilarse cinco años antes que los hombres en reconocimiento del trabajo doméstico de la mujer. Los dirigentes del socialismo de Estado realizaron innumerables encuestas que mostraban la distribución desigual de las tareas domésticas y trataron de convencer a los hombres de que echaran una mano. Ya en la década de 1950, el gobierno de Alemania del este comenzó a alentar a los hombres a tomar un papel más activo en el hogar,39 y el comité de mujeres búlgaras intentó reeducar a los hombres y hacer que una generación más joven de niños quisiera ayudar con las tareas domésticas.40

Pero las decisiones del Politburó y los artículos de revistas no podían deshacer fácilmente los arraigados roles de género, y las mujeres estaban tan agobiadas por la doble tarea del empleo formal y el trabajo doméstico que comenzaron a tener menos hijos. Enfrentándose a la perspectiva de un decrecimiento de la población (y de la consiguiente escasez de mano de obra), muchos comités de mujeres ejercieron presión por la expansión de la socialización del cuidado de los niños, las lavanderías y los comedores. La idea era que, si el Estado liberaba a las mujeres de algo de su trabajo doméstico, tendrían más tiempo y energía para tener más niños (Rumanía fue un caso atípico, ya que además hizo retroceder una ley sobre el aborto). El triunfo de la socialización varió mucho a lo largo de Europa del este. Los habitantes urbanos utilizaban más las lavanderías públicas y las guarderías que la gente que vivía en el campo, y toda la población era escéptica con la calidad de la comida servida en los comedores públicos. Había un prejuicio social sobre que las mujeres debían cocinar para sus familias, algo que muchas de ellas defendían. Incluso si los alimentos eran difíciles de conseguir -uno podía tener que ir a cuatro tiendas diferentes para conseguir lo necesario para una comida-, las mujeres todavía disfrutaban cocinando y se sentían orgullosas preparando una buena comida. A lo largo del bloque, las mujeres también se quejaban sobre el servicio en las lavanderías públicas y solo iban para lavar la ropa de cama, prefiriendo lavar su ropa en casa (al contrario de muchos estereotipos sobre la falta de electrodomésticos, el 77% de los hogares en las ciudades soviéticas de Leningrado y Kostroma tenían lavadoras en 1966).41

Por último, está la cuestión del cuidado de los niños. Los gobiernos del socialismo de Estado se esforzaron por crear un lugar en la guardería para cada niño y algunos países se acercaron a esta meta. Las guarderías infantiles estaban disponibles para bebés de uno a tres años, pero estas eran menos populares. Temiendo que sus hijos recibieran una atención inadecuada en la guardería, muchas mujeres preferían quedarse en casa mientras sus hijos eran pequeños. El tiempo de la baja por maternidad aseguraba el puesto de trabajo y se contaba como servicio laboral para la acumulación de la pensión de la mujer (a diferencia de en los Estados Unidos, donde una mujer que deja la fuerza de trabajo para cuidar a los niños no hace contribuciones a su seguro social). La calidad del cuidado de los niños por el Estado variaba, pero estaba subvencionada, era ampliamente disponible y era completamente normal que las madres dejaran a sus niños en la guardería. Una mujer rumana recuerda lo siguiente:

Mi madre no estaba muy interesada en los niños y dependía de la guardería estatal, a la que asistí a partir de los dos años.

No recuerdo adoctrinamiento de ningún tipo.

Recuerdo que las comidas y aperitivos eran excelentes.

Recuerdo un personal dedicado y un ambiente muy seguro.

Recuerdo un largo día de juego, con arte y artesanía, contando historias y jugando en el exterior.

Recuerdo siestas en camas con blancas y almohadas suaves… (en lugar de las esterillas de plástico de EE. UU. en el suelo)

Recuerdo practicar danzas folclóricas y aprender poemas para asambleas bianuales, etc. Luego fui a la escuela primaria donde tampoco recuerdo ningún adoctrinamiento. Es cierto que la dejé con 9 años, justo antes de convertirme en una pionera, lo cual estaba deseando. Luego llegué a la libertad en los Estados Unidos, donde se me pidió que me pusiera de pie y recitara el juramento de lealtad todos los días.42

Por supuesto, no todos los niños recordarían tan de color de rosa de su experiencia en la guardería, pero eso es probablemente cierto en todo el mundo. Lo que es clave aquí es que el Estado socialista se comprometió a proporcionar un cuidado infantil universal y subsidiado para todas las mujeres trabajadoras y que era normal que los niños asistieran. Las mujeres no sentían presión social para quedarse en casa.

Los gobiernos del socialismo de Estado también alentaron activamente a las mujeres y las niñas a estudiar ciencias e ingeniería. Los soviéticos tuvieron tanto éxito en identificar y entrenar a sus mujeres más brillantes en campos técnicos que los Estados Unidos se sintieron obligados a hacer lo mismo. Después del lanzamiento del Sputnik en 1957, el Congreso de los Estados Unidos aprobó la Ley de Educación de la Defensa Nacional (NDEA) de 1958, que incluía específicamente fondos para el fomento de la educación de las mujeres en matemáticas y ciencias. En 1961, John F. Kennedy estableció la primera Comisión Presidencial sobre el Estatus de las Mujeres, citando preocupaciones de seguridad nacional; los líderes americanos temían que los rojos estuvieran ganando la carrera espacial porque tenían el doble de capacidad mental.43 Hacia 1970 el 43% de las estudiantes rumanas en institutos de ingeniería eran mujeres, siendo el 39% del total de estudiantes de ingeniería en la URSS y el 27% en Bulgaria. En torno a uno de cada cinco estudiantes de ingeniería en Yugoslavia y Hungría eran mujeres en dicho año.44 En 1976, las mujeres conseguían sólo el 3,4% de los títulos de grado en ingeniería en Estados Unidos.45 Debido a sus economías planificadas, los países del socialismo de Estado podían garantizar el pleno empleo a todos los graduados en sus campos de especialización (aunque no siempre en el lugar más indicado). No obstante, no hay riesgo en decir que había más mujeres ingenieras en los países del Bloque del Este 1975 de las que hay en Estados Unidos en 2018. Después de sus viajes de investigación para estudiar las cuestiones de la mujer en todo el Bloque del Este a mediados de la década de 1970, Jancar afirmó: “Los logros de los comunistas en proporcionar educación para las mujeres estaban entre los beneficios del sistema más mencionados por las mujeres que entrevisté. Una de las creencias más frecuentemente expresadas fue que solo bajo el socialismo las mujeres podían trabajar o ser educadas en proporciones significativas. Incluso aquellos que habían vivido y trabajado por una temporada en Occidente tenían la convicción de que solo el socialismo había liberado a las mujeres.” 46

La diferencia entre las actitudes de las mujeres estadounidenses y soviéticas hacia la vida profesional fue capturada mejor en una cita recogida por el economista Norton Dodge, quien visitó la URSS en 1955, 1962 y 1965 para examinar el papel de la mujer en la economía soviética. En una conferencia sobre la mujer en la Unión Soviética en el Bryn Mawr College en mayo de 1968, Dodge compartió sus recuerdos de una reunión en Moscú con Olympiada Kozlova, la directora del Instituto de Economía e Ingeniería. Ella asistió a una conferencia sobre la paz en Bryn Mawr algunos años antes, y se sorprendió al descubrir que, durante los descansos, las asistentes americanas hablaban sobre sus maridos y los trabajos que tenían. “Aquí en la Unión Soviética”, le contó Kozlova a Ddoge, “cuando las mujeres nos juntamos, hablamos de lo que hacemos ¡No de lo que hacen nuestros maridos!”47

El informe de Dodge es típico de muchas de las comparaciones de la Guerra Fría de la vida bajo el comunismo y la vida bajo el capitalismo en que se contrasta la Unión Soviética y los Estados Unidos como paradigmas de sistemas económicos enteros. Hasta ahora, hemos estado haciendo implícitamente lo mismo. Pero esto presenta algunos problemas difíciles. En primer lugar, hay diferencias culturales. Los Estados Unidos y la URSS no tenían una historia, lengua o religión dominante compartida. De hecho, los líderes de la Guerra Fría utilizaron estas diferencias para avivar la desconfianza hacia el otro a ambos lados del Telón de Acero. Quizás aún más significativo, los Estados Unidos y la Unión Soviética tenían niveles de riqueza muy diferentes: los Estados Unidos eran ricos, la URSS era pobre. Algunos estudiosos incluso han argumentado que fue la diferencia en la riqueza la que dio cuenta de la mayoría de las diferencias entre las potencias del siglo XX, en lugar de sus economías o ideologías organizadas de manera diferente.48 Para tener una idea mejor de lo que los Estados socialistas hicieron por las mujeres en comparación con sus contemporáneos capitalistas democráticos, veremos a Austria y Hungría. No solo son vecinos geográficos, sino que tuvieron una historia compartida durante los siglos XIX y XX. Esto implicaba regímenes comerciales, códigos legales y normas culturales similares. Después de la Segunda Guerra Mundial, Austria y Hungría se encontraron a ambos lados de la división Este-Oeste, pero sus variables históricas y culturales se mantuvieron constantes. Esto es lo máximo posible que podemos hacer para aislar el efecto de las políticas socialistas sobre los derechos de las mujeres y la participación de estas en la vida pública.

Austria y Hungría: una comparación

Hay un episodio en la tercera temporada (en invierno de 2018) del popular drama de la BBC Vida de Parteras, ambientada en 1963, en el cual los Turners -un doctor del este de Londres, una exmonja convertida en su esposa y secretaria y sus tres hijos- contratan una au pair de Hungría. Esperan que sea una mujer sumisa, apaciguada por la dura opresión del comunismo. Se presenta en minifalda. No era lo que esperaban, pero irradia confianza y ellos la aman. Como es costumbre en un programa televisivo de comadronas, la au pair se queda embarazada. Cuando lo descubre, ella le pregunta a un doctor “¿Cómo puedo tener un aborto?” Le responde que no puede. “Pero en Hungría el aborto es legal hasta las doce semanas”, protesta perpleja. “Esto no es un país comunista”, responde el

doctor. “No realizamos abortos”. Y ya está. La au pair intenta un aborto autoinducido y casi muere en un huerto. La encuentran y la lleva rápidamente al hospital y, una vez se recupera, es enviada de vuelta al continente.49

Esta es una representación extraña de una mujer de un país del Bloque del Este en la cultura popular -no tanto como alguien varonil y derrotado, sino más bien como una mujer más independiente y acostumbrada a más derechos que sus homólogas occidentales “libres”. Pero ¿Cómo habrían ido las cosas si se hubiera quedado más cerca de casa, tal vez trabajando como au pair para una familia austríaca? Los dos Estados tienen una historia compartida como los tronos de la monarquía dual antes de la Primera Guerra Mundial. Compartieron un código legal similar hasta la Primera Guerra Mundial, pero, incluso en el período de entreguerras, en el que Austria y Hungría se consolidaron como Estados-nación, la ley húngara tomó prestado mucho de su vecino austríaco.50 Durante la Segunda Guerra Mundial, Hungría fue nominalmente una potencia del eje, mientras que Austria fue anexionada por Alemania en el infame Anschluss. Ambos países perdieron en la guerra alrededor del 5% de su población de 1939, y tanto Viena como Budapest fueron bombardeadas hasta los escombros. Pero, a medida que se establecieron las divisiones de la Guerra Fría, Austria obtuvo la ayuda del Plan Marshall para reconstruirse. Hungría no, y necesitaron todas las manos posibles para hacerlo, incluidas las de las mujeres.51 Como ha escrito la socióloga Éva Fodor, en Hungría “la familia del hombre trabajador y la esposa doméstica no era ni económica ni políticamente factible después de la Segunda Guerra Mundial.”52

Al terminar la guerra en la segunda mitad del siglo XX, Austria y Hungría fueron separadas por el Telón de Acero (aunque, a diferencia de Alemania del Este y del Oeste, la frontera se hizo cada vez más permeable con el tiempo)53 y la principal diferencia entre los Estados era una diferencia en sus economías políticas: comunismo versus capitalismo. Hungría, al igual que sus vecinos orientales, implementó un régimen de género socialista, en el que las mujeres obtuvieron igualdad legal y entraron en masa en la fuerza de trabajo. Según Fodor, “El género, o, más precisamente, la ‘masculinidad’, era un recurso más útil para el acceso a la autoridad en la Austria capitalista que en la Hungría del socialismo de Estado: las mujeres experimentaron un mayor grado de exclusión de la clase dominante en Austria que en Hungría.”54 En otras palabras, la feminidad no era tanto un pasivo en la vida pública de Hungría como en la de Austria. El Estado socialista húngaro invirtió en la emancipación de la mujer, ofreciendo educación y capacitación laboral, guarderías públicas, comedores en el lugar de trabajo, permisos por maternidad y acceso al aborto.

Sin embargo, en la vecina Austria las mujeres permanecieron en el hogar durante las tres primeras décadas de la posguerra. El surgimiento de un movimiento feminista de base ocurrió de manera similar que en los Estados Unidos. La década de 1970 trajo una segunda oleada de feminismo a Austria o, como lo llamaron allí, el “Nuevo Movimiento Feminista”. En 1975, se aprobó una nueva ley de familia: las mujeres ahora no necesitaban el permiso de sus maridos para trabajar fuera de casa.55 Esto ocurrió en la generación que vino después de que la participación de las mujeres en la fuerza de trabajo fuera normalizada -en realidad, obligada- en Hungría, independientemente de cómo los maridos se sintieran. La ley familiar de 1975 en Austria también afirmaba que ambos padres debían tener derechos iguales sobre la tutela de los niños.56 Antes de 1975, los padres eran los únicos responsables de las decisiones que afectaban a los niños y las mujeres estaban legalmente obligadas a seguir a su marido si se mudaba, haciendo que la esposa fuera de facto otra hija más del marido. Incluso en un nivel más simbólico, el Estado húngaro garantizó la emancipación de las mujeres antes que Austria: la ley de familia húngara de 1952 les dio a las mujeres el derecho de mantener su apellido de soltera en el matrimonio. Las mujeres austríacas no pudieron hacer lo mismo hasta 1995.57

Tres años después de la ley de familia de 1975, el partido socialdemócrata de Austria, en el gobierno, creó dos nuevos cargos para secretarios de Estado de los asuntos de la mujer, uno para las “mujeres trabajadoras” y otro para “asuntos generales de la mujer.”58 En 1979 también se creó la Ley de Igualdad de Trato de Austria, que prohibía la discriminación por motivos de género en el mercado laboral. Debido a que la Hungría del socialismo de Estado tenía una economía planificada en lugar de una economía de libre mercado, la discriminación en el mercado laboral no era un tema importante. El Estado socialista húngaro se preocupaba más por garantizar que las diferencias biológicas y sociales de las mujeres con respecto a los hombres (el embarazo y el cuidado de los niños) pudieran conciliarse con el lugar de trabajo, en lugar de actuar como si no existieran. Los líderes del socialismo de Estado reconocieron que las mujeres tenían roles diferentes a los de los hombres. Esto puede ponerle los pelos de punta a una lectora feminista liberal; no obstante, como argumenta Fodor, los lideres del partido utilizaban el principio de la diferencia para incluir a las mujeres más bien que para excluirlas.59 Sin reconocer que las mujeres se enfrentaban a una serie de retos en el empleo formal que los hombres no conocían, ¿Cómo podían ser incorporadas plenamente en este?

Las estadísticas confirman estas diferencias. Con el impulso de una ley de 1953 que requiere que las mujeres representen entre el 30 y el 50 por ciento de los trabajadores recién capacitados, el porcentaje de mujeres en la fuerza laboral se disparó. En 1949, el 35% de las mujeres húngaras estaban empleadas fuera del hogar. En 1970, el 65% lo estaban y dos de cada cinco trabajadores eran mujeres.60 En el momento inmediato de la posguerra, el porcentaje de mujeres austríacas que trabajaban fuera del hogar era aproximadamente igual que el de sus hermanas húngaras: en 1951, el 35% de las mujeres austríacas se dedicaban al trabajo remunerado. Sin embargo, dos décadas después, solo el 31% de las mujeres austríacas trabajaba de manera asalariada.61 Las mujeres húngaras también disfrutaban de permisos de maternidad cada vez más largos durante todo el régimen. A finales de la década de 1960, las mujeres podían tomar hasta tres años de baja de maternidad remunerada.62 Las mujeres austríacas, por su parte, sólo podían disponer de un año, sin remuneración, aunque algunas recibieron prestaciones por desempleo durante ese período.63 Sin un régimen de socialismo de Estado con cuotas en el lugar de trabajo, inversión en la educación de la mujer e igualdad de género legal, la participación de las mujeres austríacas en la vida pública, al menos en la medida en que lo indican las tasas de empleo formal, en realidad retrocedió en las décadas de 1950 y 1960.

Por supuesto, las trabajadoras húngaras tenían las mismas responsabilidades domésticas que las mujeres austríacas que no lo eran. Todavía había ropa sucia que lavar, comidas que cocinar y niños que cuidar, y las ideas profundamente arraigadas sobre los roles de género no se podían reescribir tan rápido como el código familiar. En respuesta a esto, el Estado húngaro emprendió una expansión masiva de guarderías públicas. Desde 1953 hasta 1965, el número de guarderías infantiles estatales casi se quintuplicó. Había guarderías en barrios residenciales y en los lugares de trabajo, para que las mujeres pudieran elegir si dejar a sus niños antes o después de ir de casa al trabajo.64

Como se señaló en la sección anterior, dejar a los niños en las guarderías eran muy común. De hecho, las guarderías estatales húngaras tenían una demanda tan alta que en 1965 solo había espacios para la mitad de los niños cuyas familias querían que asistieran.65 En un intento de aliviar aún más la doble carga, muchos lugares de trabajo tenían comedores donde los trabajadores podían comer durante el día y tiendas donde podían comprar comestibles subsidiados. En los grandes lugares de trabajo (aquellos con más de cuatro mil empleados) operaban clínicas donde los trabajadores podían ver a un médico, obtener medicamentos e incluso obtener alimentos para bebés y leche para las madres lactantes.66 En Austria, por otro lado, el cuidado de los niños no fue un tema relevante hasta la década de 1980. Esto no se debía a que hubiese muchas, sino a que pocas mujeres austríacas trabajaban. De hecho, Éva Fodor argumenta que el Estado austriaco invirtió en mantener a las mujeres fuera de la fuerza de trabajo en este período.67

Habida cuenta de las actitudes muy diferentes respecto de la participación de la mujer en la fuerza de trabajo, no debe sorprender que haya más mujeres en puestos de autoridad en Hungría que en Austria. En 1972, en Hungría, los hombres trabajadores tenían entre dos y tres veces más probabilidades de ser directivos que las mujeres trabajadoras. El mismo año en Austria, los hombres trabajadores tenían más de cinco veces más probabilidades que las mujeres trabajadoras de ser gerentes – y muchas menos mujeres estaban en la fuerza de trabajo. Tomadas en conjunto, las mujeres húngaras tenían muchas más probabilidades que sus homólogas austríacas para mantener posiciones de autoridad en la vida laboral. Quizás, e, incluso, más importante, dada la naturaleza de la economía planificada centralmente, las mujeres húngaras tenían más probabilidades de lograr posiciones de autoridad en la administración del Estado que las mujeres austríacas. En 1972, los hombres húngaros tenían aproximadamente el doble de probabilidades que las mujeres de ocupar puestos en la administración estatal. Al mismo tiempo, los hombres austríacos tenían cuatro veces más probabilidades de ocupar cargos en la administración estatal que las mujeres. De hecho, hacia el fin del socialismo de Estado, en 1988, las mujeres húngaras eran más propensas que los hombres a trabajar en la burocracia estatal.68 Por supuesto, las mujeres fueron excluidas en gran medida de los círculos más íntimos de la dirección del partido, pero tenían cierta autoridad entre las bases.

Y, por último, Austria y Hungría diferían mucho en cuanto al acceso al aborto. En resumen, la au pair de Vida de Parteras no le habría ido mucho mejor en Austria que en Gran Bretaña. En Hungría, como en la mayoría de los países socialistas estatales, el aborto era relativamente accesible. Aunque fue oficialmente regulado de manera inmediata después de la guerra, en la práctica hubo pocas barreras al aborto entre 1945 y 1949.69 Sin embargo, con la consolidación del poder comunista en la Hungría de posguerra, el aborto fue criminalizado. En parte bajo la presión, en parte como imitación soviética, y en parte en respuesta a la escasez de mano de obra de la posguerra, Hungría impuso unas restricciones estalinistas al aborto hasta 1956. La liberalización del acceso al aborto fue una demanda de la revolución del 56 y de 1956 a 1973 Hungría tuvo una de las políticas de aborto más progresistas de Europa. Pero a finales de la década de 1960 la tasa de natalidad comenzó a disminuir, como lo hizo en países de todo el bloque. En 1973, en medio de las protestas del comité de mujeres húngaras, científicos sociales y estudiantes, el Estado introdujo límites sobre quién podría abortar. Gracias en gran parte a los esfuerzos del comité de mujeres, el aborto no fue prohibido de manera general, como lo estaba en la vecina Rumanía.70 Estuvo restringido a ciertos tipos de mujeres que eran vistas por el Estado como poco preparadas para tener niños: mujeres solteras, aquellas que ya habían cumplido su labor reproductiva y habían tenido, al menos, dos hijos, mujeres mayores, pobres o aquellas en donde el embarazo pudiera presentar riesgos para la salud.71 Los comités de aborto fueron obligados a incorporar estas restricciones; no obstante, los criterios eran lo suficientemente laxos como para que la mayoría de las mujeres que quisieran o necesitasen abortar pudieran conseguirlo.

Mientras tanto, el aborto ni siquiera se hizo legal en Austria hasta 1974 y, como en Estados Unidos, esa ley rige el aborto hasta nuestros días.72 Esa ley permite el aborto en los tres primeros meses de embarazo y exige que sea practicado en un hospital público por un médico. Como ilustra el ejemplo de Vida de Parteras, a mediados del siglo XX, muchos Estados occidentales consideraban que el acceso al aborto era algo propio de la inmoralidad comunista, incluso cuando las mujeres de sus propios países buscaban procedimientos ilegales peligrosos para abortar. Sin embargo, desde una perspectiva contemporánea, está claro que el socialismo de Estado otorgó a las mujeres la autonomía reproductiva mucho antes que el capitalismo.

E, irónicamente, en una sociedad basada en el ideal de lo colectivo, la autonomía – o al menos la independencia – también está en juego frente a los otros programas del socialismo de Estado para las mujeres. Como ha argumentado Katherine Verdery, y otros estudiosos se han hecho eco, el socialismo de Estado hizo a hombres y mujeres igualmente dependientes del Estado.73 El Estado sustituyó efectivamente a los hombres como sostén de la familia. Una vez que las mujeres dejaron de depender de sus maridos para cubrir sus necesidades alimentarias, de vivienda y de atención médica, obtuvieron cierto grado de control sobre sus propias vidas, incluso en regímenes en los que se restringían los derechos políticos ¿No es este uno de los objetivos fundamentales del feminismo, proporcionar a las mujeres una medida de control sobre sus propias vidas? En Austria, las reformas legales que promulgaron los derechos de las mujeres fueron el resultado del activismo feminista, el tipo de agitación de base, de abajo arriba que se ha creído necesaria para cualquier agenda feminista real. No obstante, no se pusieron en vigor hasta 30 años después que las leyes equivalentes de Hungría lo hicieran. Y el llamado modelo socialista de emancipación de las mujeres “de arriba abajo” promovió el proyecto de socializar el trabajo doméstico, que todavía debe ser reproducido en el capitalismo.

Después de 1989

Así que ¿Qué ocurre ahora, cuando el libre mercado reina completamente? Conforme nos acercamos al treinta aniversario de la caída del Muro de Berlín, los antiguos países del Bloque del Este siguen anclados en la transición. En estos días, Hungría está en el centro de atención internacional por su gobierno de extrema derecha y por la xenofobia, más que por su promoción de las mujeres entre la fuerza de trabajo. Entre el establecimiento de comedores de posguerra en el lugar de trabajo y los titulares del siglo XXI que denuncian al «pequeño dictador» de Europa y a la primera «democracia antiliberal», Hungría – junto con el resto de Europa del Este y la antigua Unión Soviética – experimentó uno de los cambios económicos y sociales más profundos de la era moderna.74 De la noche a la mañana, las constituciones fueron reescritas, las principales industrias fueron privatizadas, y la importancia de los logros de toda una vida perdió su significado. Resultó que el libre mercado no era solo para los combustibles fósiles y los cigarrillos. Los cuerpos de las mujeres también pueden ser comprados, vendidos y utilizados como anuncios para vender bienes de consumo. El pos-socialismo marcó el comienzo de una industria sexual bulliciosa y explotadora, así como de campañas de marketing sexualizadas, antes ausentes.75

Conforme los mercados han empezado a interesarse por las mujeres, el Estado ha dejado de hacerlo. Como argumentan muchos, el periodo de transición vio un abandono de la fuerza de trabajo por parte de las mujeres.76 Estando ausente las enérgicas iniciativas para acomodar a las mujeres en el lugar de trabajo, muchas de ellas volvieron a casa.

No obstante, como afirma Ghodsee, los hombres también sufrieron duramente por los cambios, y a muchas mujeres les puede haber ido mejor que a sus maridos en el mercado laboral del sector servicios después de 1989, debido a la naturaleza específica de la educación y la experiencia laboral que tenían bajo el comunismo. Bajo el socialismo de Estado, las mujeres tendían a cursar estudios universitarios y eran canalizadas hacia profesiones de cuello blanco que recibían salarios menores que los trabajos manuales y técnicos, dominados por los hombres. Esta segregación ocupacional anterior a 1989 en campos como el derecho, la banca, la medicina, la academia y el turismo ayudó a las mujeres después de la caída del Muro de Berlín. Dado que el capitalismo valora el trabajo de cuello blanco frente al trabajo de cuello azul, las mujeres estaban, en un principio, mejor posicionadas para tener éxito en los nuevos mercados laborales competitivos debido al capital humano que habían adquirido bajo el socialismo de Estado.77

Pero las ventajas de las mujeres se vieron rápidamente erosionadas por el desmantelamiento de la otrora generosa red de seguridad social y los intentos del gobierno de obligarlas a regresar al hogar. En los países de Europa Central, por ejemplo, los nuevos líderes políticos adoptaron políticas de lo que se ha venido a llamar “refamilización.” Como las empresas públicas se subastaron a inversores

privados o, simplemente, se cerraron, el gobierno ya no pudo mantener su compromiso de garantizar el pleno empleo a todos los ciudadanos. Dado que el sector privado no estaba creando puestos de trabajo lo suficientemente rápido como para compensar los puestos de trabajo perdidos en el sector público, el desempleo creció dramáticamente. Justo al mismo tiempo cientos de guarderías cerraron y las mujeres perdieron el acceso a guarderías asequibles. Algunos Estados compensaron este cierre mediante la ampliación de los permisos de maternidad hasta los cuatro años. Pero estas bajas estaban peor pagadas que las anteriores, durante el comunismo, y las mujeres no tenían garantizado volver a sus puestos de trabajo, forzando a las madres a volver a quedarse en casa.78 Para los políticos, estas medidas ayudaban a reducir la tasa de paro y ahorraban dinero. Las mujeres de Europa del este ahora proveían de manera gratuita los cuidados por los cuales el Estado antes había pagado.

Mientras tanto, en Austria, la incorporación de las mujeres en la fuerza de trabajo y la institucionalización de los derechos de la mujer continuó el camino creado en los 70, aunque con momentos de retroceso. En 1994, se impulsaron estos esfuerzos desde la política de la Unión Europa de incorporar un análisis de género en cada uno de sus nuevos programas.79 Este método, llamado enfoque de género, tiende a centrarse en la igualdad entre hombres y mujeres, en lugar de en prestaciones estatales para las mujeres en su rol de madres. También ha sido criticada por difuminar la responsabilidad que los Estados tienen en materia de igualdad de género, hasta el punto de que ninguna organización tenga un poder significativo para promulgar estas políticas.80

A pesar de la aparente magnanimidad de la transición pos-socialista -o, como se conoce en la región, “los cambios”- todavía permanecen algunas herencias de la inversión del socialismo de Estado en la participación de la mujer. En base a las estadísticas de la base de datos de la Unión Europea, Eurostat, la brecha salarial de género, aunque todavía presente, es menor en Hungría que en Austria.81 Las mujeres húngaras ganan 86 forintos por cada 100 que gana un hombre, mientras que las mujeres austríacas ganan 79,9 céntimos por cada euro que gana un austríaco. La comparación estadística más sorprendente se encuentra en el cuidado de los niños: más de un 12% de los niños húngaros menores de tres años están siendo cuidados de manera formal, frente a únicamente el 5,6% de los niños austríacos. Esta pequeña diferencia se convierte en algo importante cuando los niños son algo mayores. Casi tres cuartos de los niños húngaros entre los tres años y la edad obligatoria para acceder a la escuela son cuidados de manera formal, mientras que esto solo le ocurre a un cuarto de los niños austríacos.82 Una explicación plausible para esta diferencia es la cultura de guarderías del socialismo de Estado. Debido a que estas eran fácilmente accesibles y estaban subvencionadas, era normal dejar allí a sus hijos mientras se trabajaba. Ahora, estos niños que crecieron en las guarderías dirigidas por el socialismo de Estado tienen sus propios hijos. Su experiencia no fue negativa; más bien, estos padres que crecieron en las guarderías están eligiendo lo mismo para sus hijos.

Conclusión

¿Cuáles son los riesgos de estudiar la emancipación de la mujer bajo el socialismo de Estado en Europa del Este, y por qué molestarse? El experimento europeo del socialismo en el siglo XX está retrocediendo rápidamente hacia el espejo retrovisor de la historia, pero nos equivocaríamos si dejamos que desaparezca por completo. Aunque el Estado socialista nunca erradicó completamente el patriarcado en el hogar, o trató explícitamente con temas de acoso sexual o violencia doméstica, se esforzó por proporcionar (en mayor o menor medida, dependiendo de la época y el país) algún atisbo de seguridad social, de estabilidad económica y de un equilibrio entre el trabajo y la vida de sus ciudadanos. La lección radical es que el Estado intervino e hizo algunas cosas buenas en nombre de las mujeres, cosas que cambiaron notablemente sus vidas -los cuidados, el aborto, las cantinas, etc. El activismo feminista, de la forma en que se ve en Occidente, con carteles pintados y gritos de protesta, no consiguió estas cosas. Lo hicieron los burócratas.

Esto puede ser una lección desoladora: ¿Cómo podemos defender el feminismo de Estado cuando estos están dirigidos por los intereses de Viktor Orbán y Donald Trump? Pero tal vez, solo tal vez, podría parecer una lección esperanzadora. Como feministas, haciendo gala de nuestro ingenio, debemos darnos cuenta de que hay más y mejores opciones. La sensibilización, los panfletos, el arte escénico, las marchas y las campañas de hashtag no traerán el tipo de progreso permanente que la mayoría de las mujeres necesitan. Cambiar las mentes y los corazones no es nuestro único objetivo; también debemos cambiar el papel del Estado. Las demandas feministas que hacemos pueden ser radicales en el verdadero sentido de la palabra: pueden llegar a la raíz del problema. Cada vez es más evidente que las barreras para la plena participación de la mujer en la vida pública no son fruto del fracaso de la fuerza de voluntad individual. Nos hemos apoyado, hemos crecido y hemos aguantado, pero hemos conseguido muy poco. Sin el apoyo del Estado y un ambicioso programa de redistribución de la riqueza -ya sea a través del aumento de los impuestos o de las ganancias generadas a través de la propiedad social de las empresas públicas-, las mujeres continuarán realizando el trabajo de cuidados no remunerado para las sociedades capitalistas, que solo aumentará a medida que la generación del baby boom entre en la vejez.83

Pocos afirman que la vida bajo el socialismo en Europa del Este era buena, en general. La escasez de bienes de consumo y las restricciones de movilidad restringían mucho la vida. En varias ocasiones, y en varios lugares, la violencia política costó vidas y rompió familias. Y, sin embargo, en la mayoría de los casos, las mujeres tenían un grado de educación, de independencia económica y una situación jurídica que sus homólogas occidentales no tendrían hasta mucho más tarde, los cuales, una vez ganados, siempre parecían estar a punto de perderse. Revisar los limitados éxitos del pasado del socialismo de Estado no es de ninguna manera un llamado a recrear los experimentos fallidos de los regímenes de Europa del Este del siglo XX. Pero debemos ser capaces de evaluar sus logros por lo que fueron, aprender de ellos y avanzar.

La historiografía de la vida de las mujeres bajo el socialismo de Estado -y la historiografía del socialismo de Estado, en general- es profundamente política. Como hemos afirmado en otra parte, aquellos que se oponen a cualquier proyecto de acción colectiva o redistribución de la riqueza desentierran al hombre del saco del socialismo zombie para eliminar cualquier movimiento socialista

antes de que nazca.84 Esto también es cierto para aquellos que quieren dejar fuera a las mujeres del poder. Desde el siglo XIX y el establecimiento del Estado tal y como lo conocemos hoy, las mujeres han tenido un interés particular en ver que el Estado usa el poder en su nombre. Esto todavía es cierto hoy en día.

En los Estados Unidos, las mujeres son la mayoría del Partido Demócrata, y la mayoría de las mujeres apoyan a los demócratas.85 Aunque están muy alejados del socialismo democrático, para muchas personas los demócratas representan el ideal del gobierno trabajando por el interés del pueblo, de los servicios, la educación y la seguridad social públicos. Si se elimina la seguridad social, serán las mujeres quienes cuiden a sus familiares de mayor edad. En ausencia de un trabajo de cuidados asequible, son las mujeres quienes se quedan en casa cuidando a los niños. Esto es por lo que, en gran escala, la emancipación de la mujer y el socialismo suponen una amenaza dual, para los más ricos y poderosos (los cuales odian compartir sus millones, y, por cierto, son mayormente hombres) y para los más reaccionarios (quienes se pasan el día enviando amenazas de violación online a mujeres y la noche desfilando con antorchas en mítines de nuevos Klan).* Si los periodistas del Financial Times y los guionistas de la BBC pueden hacer valer los beneficios del socialismo de Estado para las mujeres -ya sea en los grandes porcentajes de mujeres ingenieras o en las políticas más liberales en torno a los derechos reproductivos-, ya es hora de que las feministas se comprometan con la evidencia y hagan lo mismo.


NOTA: Este artículo fue publicado en 2018.

1 Etnógrafa de la Universidad de Pennsylvania especializada en estudios de género sobre el Bloque del Este y los países exsocialistas. Realizó su tesis sobre la cuestión de la mujer en la transición al capitalismo en Bulgaria. Se hizo más conocida por su libro Por Qué Las Mujeres Disfrutan Más del Sexo Bajo el Socialismo, editado en español por Capitán Swing.

2 Doctoranda de historia en la Universidad de Chicago, especializada en economía política y estudios de género de Europa del Este. En su tesis doctoral estudia cómo se desarrolló el movimiento feminista en la Checoslovaquia socialista.

3 Kerin Hope, “Bulgaria builds on legacy of female engineering elite,” Financial Times, March 9, 2018.

4 OECD, Health at a Glance 2015: oecd Indicators (Paris: OECD Publishing, 2015), 83, http://dx.doi.org/10.1787/health_glance-2015-en

5 UNESCO, “Women in Science,” UNESCO Institute for Statistics, Fact Sheet No. 43, March, 2017.

6 Ekaterina Ivanova, “Gender Imbalance in Russian Judiciary: Feminization of Profession,” Journal of Social Policy Studies 13 (2015): 579-594.

7 Kristen Ghodsee, “Why Women Had Better Sex Under Socialism,” New York Times, August 12, 2017; Helen Gao, “How Did Women Fare in China’s Communist Revolution?” New York Times, September 25, 2017.

8 Kristen Ghodsee and Scott Sehon, “Anti-anti-communism,” Aeon, March 22, 2018.

9 Nanette Funk, “A very tangled knot: Official state socialist women’s organizations, women’s agency and feminism in Eastern European state socialism,” European Journal of Women’s Studies 21 no. 4 (November 2014): 344-360; Kristen Ghodsee, “Untangling the knot: A response to Nanette Funk,” European Journal of Women’s Studies, 22 no. 2 (May 2015):248-252.

10 Elaine Tyler May, Homeward Bound: American Families in the Cold War Era (NewYork: Basic Books, 1988).

11 Nadège Mougel, “World War I Casualties,” REPERES, 2011; Elizabeth Brainerd, “Uncounted Costs of World War II: The Effects of Changing Sex Ratios on Marriage and Fertility of Russian Women,” National Council for Eurasian and East European Research, 2007.

12 “World War II Casualties,” REPERES, 2011, trans. Julie Gratz.

13 Francine Du Plessix Gray, Soviet Women: Walking the Tightrope (New York: Anchor Books, 1990), 38.

14 Dagmar Herzog, Sex After Fascism: Memory and Morality in Twentieth-Century Germany (Princeton: Princeton University Press, 2007); Donna Harsch, Revenge of the Domestic: Women, the Family, and Communism in the German Democratic Republic (Princeton: Princeton University Press, 2008).

15 Kristen Ghodsee, Why Women Have Better Sex Under Socialism: And Other Arguments for Economic Independence (New York: Nation Books, 2018).

16 “Forum: Is ‘Communist Feminism’ a Contradictio in Terminus?), Aspasia: The International Yearbook of Central, Eastern, and Southeastern European Women’s and Gender History 1, no. 1 (2007); and “Ten Years After: Communism and Feminism Revisited” Aspasia: The International Yearbook of Central, Eastern, and Southeastern European Women’s and Gender History 10, no. 11 (2016).

17 Slavenka Drakulić, “How We Survived Post-Communism (and Didn’t Laugh),” Eurozine.com, June 5, 2015/

18 Editorial Board, “Illinois should ratify the Equal Rights Amendment,” Chicago Tribune, April 13, 2018.

19 Lisa Baldez, “U.S. drops the ball on women’s rights,” CNN.com, March 8, 2013.

20 Wang Zheng, Finding Women in the State: A Socialist Feminist Revolution in the People’s Republic of China, 1949-1964 (Oakland: University of California Press, 2016).

21 Kristen Ghodsee, “Red Nostalgia? Communism, Women’s Emancipation, and Economic Transformation in Bulgaria,” L’Homme: Zeitschrift für Feministische Geschichtswissenschaft, 15, no. 1 (Spring 2004): 23-36.

22 Liviu Chelcea and Oana Druţa, “Zombie socialism and the rise of neoliberalism in post-socialist Central and Eastern Europe,” Eurasian Geography and Economics 57, no. 4-5, (2016): 521-544.

23 INSCOP Research, “Barometrul,” November 2013, http://www.inscop.ro/wp-content/uploads/2014/01/INSCOP-noiembrie-ISTORIE.pdf

24 “Code of Laws concerning the Civil Registration of Deaths, Births and Marriages – October 17, 1918,” (English translation), http://soviethistory.msu.edu/1917-2/thenew-woman/the-new-woman-texts/code-of-laws-concerning-the-civil-registrationof-deaths-births-and-marriages/

25 Wendy Goldman, Women, The State and Revolution: Soviet Family Policy & Social Life, 1917-1936 (Cambridge: Cambridge University Press, 1993).

26 Beatrice Brodsky Farnsworth, “Bolshevism, The Woman Question, and Aleksandra Kollontai.” The American Historical Review 81 no. 2 (April 1976): 292-316, 296.

27 Elizabeth Wood, The Baba and the Comrade: Gender and Politics in Revolutionary Russia (Bloomington: Indiana University Press, 1997).

28 Alexandre Avdeev, Alain Blum, and Irina Troitskaya, “The History of Abortion Statistics in Russia and the USSR from 1990 to 1991” Population 7 (1995): 452.

29 Goldman, Women, The State and Revolution.

30 Anna Krylova, Soviet Women in Combat: A History of Violence on the Eastern Front (Cambridge: Cambridge University Press, 2011).

31 Natalya Baranskaya and Emily Lehrman, “Week Like Any Other,” Massachusetts Review 15, no. 4 (Autumn 1974): 657-703.

32 International Labor Organization, “Women in Economic Activity: A Global Statistical Survey (1950-2000),” A Joint Publication of the International Labor Organization and INSTRAW, 1985.

33 Barbara Wolfe Jancar, Women Under Communism (Baltimore: Johns Hopkins University Press, 1978), 182.

34 James R. Millar, ed. Politics, Work, and Daily Life: A Survey of Former Soviet Citizens (Cambridge: Cambridge University Press, 1987), 33, 45.

35 Millar, Politics, Work, and Daily Life, 51-52.

36 Barbara Wolfe Jancar, Women Under Communism (Baltimore: Johns Hopkins University Press, 1978), 182.

37 Susan Gal and Gail Kligman, The Politics of Gender After Socialism (Princeton: Princeton University Press, 2000).

38 Herzog, Sex After Fascism.

39 Kristen Ghodsee, “Pressuring the Politburo: The Committee of the Bulgarian Women’s Movement and State Socialist Feminism,” Slavic Review 73 no. 3, (Fall 2014): 538-562; Kristen Ghodsee, “Rethinking State Socialist Mass Women’s Organizations: The Committee of the Bulgarian Women’s Movement and the United Nations Decade”

40 Jancar, Women Under Communism, 50.

41 Comunicación personal de una asistente programa de radio de Doug Henwood, “Behind the News.” Email de Doug Henwood, 20 de agosto, 2017.

42 John F. Kennedy, Executive Order 10980—Establishing the President’s Commission on the Status of Women, December 14, 1961, http://www.presidency.ucsb.edu/ws/?pid=58918

43 Jancar, Women Under Communism, 20.

44 Catherine Hill, Christianne Corbett, Andresse St. Rose, Why So Few? Women in Science, Technology, Engineering, and Mathematics, (Washington: American Association of University Women, 2010), 9.

45 Jancar, Women Under Communism, 195.

46 Donald R. Brown, ed., The Role and Status of Women in the Soviet Union, (New York: Teachers College Press, 1968), 58, nota a pie L.

47 Kate Brown, Plutopia, (New York: Oxford University Press, 2013).

48 Heidi Thomas, Vida de Parteras, dirigido por Claire Winyardem, Series 7, Episodio 3 (4 de febrero, 2018; London: BBC), programa de televisión.

49 Lajos Vékás, “The Codification of Private Law in Hungary in Historical Perspective”, 51 Annales U. Sci. Budapestinensis Rolando Eotvos Nominatae 51 (2010).

50 Nigel Swain, Hungary: The Rise and Fall of Feasible Socialism, (New York and London: Verso), 49.

51 Éva Fodor, Working Difference: Women’s Working Lives in Hungary and Austria, 1945-1995, (Durham: Duke University Press, 2003), 33.

52 Michael Gehler and Maximilian Graf, “Austria, German Unification, and European

Integration: A Brief Historical Background,” Cold War International History Project, Woodrow Wilson International Center for Scholars no. 86 (March, 2018): 4, https://www.wilsoncenter.org/publication/austria-german-unification-and-european-integration-brief-historical-background

53 Fodor, Working Difference, 25.

54 Fodor, Working Difference, 168.

55 Fodor, Working Difference, 113.

56 Fodor, Working Difference, 170.

57 Birgit Sauer, “What Happened to the Model Student? Austrian State Feminism since the 1990s” in Changing State Feminism, eds. Joyce Outshoorn and Johanna Kantola (London: Palgrave Macmillan, 2007), 41.

58 Fodor, Working Difference, 35.

59 Lynne Haney, Inventing the Needy: Gender and the Politics of Welfare in Hungary (Oakland: University of California Press, 2002), 33.

60 Fodor, Working Difference, 112.

61 Fodor, Working Difference, 171.

62 Fodor, Working Difference, 167.

63 Haney, Inventing the Needy, 38.

64 Ibid.

65 Haney, Inventing the Needy, 42.

66 Fodor, Working Difference, 112.

67 Fodor, Working Difference, 66.

68 Susan Gal, “Gender in the Post-socialist Transition: the Abortion Debate in Hungary,” East European Politics and Societies 8 (1994): 256-286.

69 Fodor, Working Difference, 31.

70 Gal, “Gender in the Post-socialist Transition,” 264.

71 “Abortion Legislation in Europe,” The Law Library of Congress, Global Legal Research Center, January, 2015, https://www.loc.gov/law/help/abortion-legislation/europe.php#austria

72 Katherine Verdery, What Was Socialism and What Comes Next? (Princeton: Princeton University Press, 1996).

73 Branko Milanovic, “For Whom the Wall Fell? A Balance Sheet of Transition to Capitalism,” Global Inequality, November 3, 2014, https://glineq.blogspot.de/2014/11/for-whom-wall-fell-balance-sheet-of.html

73 Libora Oates-Indruchová, “Transforming and Emerging: Discourses of Gender in the Czech Culture of the Transition Period” in Advertising: Critical Concepts in Media and Cultural Studies 3, ed. Iain MacRury (New York: Routledge, 2012).

74 Véase, por ejemplo: Jacqui True, Gender, Globalization, and Postsocialism: The Czech Republic After Communism (New York: Columbia University Press, 2003); Susan Galand Gail Kligman, The Politics of Gender after Socialism (Princeton: Princeton University Press, 2000); Verdery, What Was Socialism and What Comes Next?

75 Kristen Ghodsee, The Red Riviera: Gender, Tourism, and Postsocialism on the Black Sea (Durham: Duke University Press, 2005).

76 Steven Saxonberg and Tomas Sirovatka, “Failing Family Policy in Post-Communist Central Europe,” Journal of Comparative Policy Analysis 8, no. 2 (2006): 185–202.

77 “History of Gender Mainstreaming at international level and EU level,” Gender-Kompetenz Zentrum, Humboldt-Universität Berlin, January 2, 2010, http://www.genderkompetenz.info/eng/gender-competence-2003-2010/Gender%20Mainstreaming/Bases/history/international/index.html/

78 Barbara Einhorn, “Citizenship, Civil Society and Gender Mainstreaming: Contested Priorities in an Enlarging Europe” (presentation, Pan-European Conference on Gendering Democracy in an Enlarged Europe, Prague, Czech Republic, June 20, 2005).

79 “Gender pay gap in unadjusted form by NACE Rev. 2 activity – structure of earnings survey methodology (earn_gr_gpgr2)” in “Gender equality,” Database, Eurostat, accessed May 17, 2018, http://ec.europa.eu/eurostat/data/database

80 “Children in formal childcare or education by age group and duration – % over the population of each age group – EU-SILC survey (ilc_caindformal)” in “Gender equality,” Database, Eurostat, accessed May 17, 2018, http://ec.europa.eu/eurostat/data/database

81 Malcom Harris, Kids These Days: Human Capital and the Making of Millennials, (New York: Little Brown, 2017); Gabriel Winant, “Not Every Kid-Bond Matures,” n+1 30 (Winter 2018).

82 Julia Mead, “Why Millennials Aren’t Afraid of Socialism,” Nation, January 10, 2017; Ghodsee and Sehon, “Anti-anti-communism.”

83 “Wide Gender Gap, Growing Educational Divide in Voters’ Party Identification,” Pew Research Center, March, 2018, http://www.people-press.org/2018/03/20/wide-gender-gap-growing-educational-divide-in-voters-party-identification/

* En referencia al Ku Klux Klan

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