Artículo de John O’Neil traducido

Las historias del pensamiento ecológico y socialista del último siglo han estado más entrelazadas de lo que se suele suponer. En particular, los debates sobre el cálculo socialista tuvieron una dimensión medioambiental que a menudo se pasa por alto. Las objeciones que Mises, Hayek y otros economistas austriacos plantearon contra el socialismo se dirigieron también contra la tradición de pensamiento que dio lugar a la economía ecológica moderna (véase MartinezAlier, 1987). Los precursores de la economía ecológica -Popper-Lynkeus, Ballod-Atlanticus, Neurath, Ostwald, Geddes, Soddy y Solvay- estaban incluidos entre sus objetivos. En particular, se criticaron dos supuestos centrales de la economía ecológica: 1) que las opciones sociales tienen que reconocer que las instituciones y relaciones económicas están integradas en el mundo físico y sujetas a limitaciones de recursos y ecológicas; y, por tanto, 2) que las opciones económicas no pueden basarse en valoraciones puramente monetarias. Así, si, como muchos suponen, los argumentos de Mises y Hayek eran concluyentes contra el socialismo, tienen implicaciones más generales. Plantean problemas con las perspectivas sobre las elecciones ecológicamente racionales que surgieron en la tradición de la economía ecológica. En efecto, aunque sus supuestos son muy diferentes de los de los economistas neoclásicos, y en el caso de Hayek más potentes, las conclusiones que extrae la tradición austriaca son paralelas a los enfoques neoclásicos de los problemas medioambientales. Para ambos, la existencia de problemas ambientales es el resultado de la ausencia de mercados de bienes ambientales; su solución, la ampliación de los mercados directa o indirectamente para incluir los bienes ambientales que actualmente no tienen precio.

El terreno común entre las tradiciones ecologista y socialista reside en su resistencia común a este enfoque de la elección social basado en el mercado. Mises y Hayek tenían razón al ver un oponente común. Al mismo tiempo, los puntos débiles que existen en los argumentos de Mises y Hayek contra la tradición ecológica son de relevancia más general para los socialistas. No sólo las historias del pensamiento ecológico y socialista están entrelazadas; también lo está su futuro. No sólo porque cualquier forma de socialismo defendible tendrá que ser ecológicamente sostenible. También porque ambos requieren repensar las alternativas a los mecanismos de mercado para resolver los problemas ambientales y sociales. Los trabajos recientes dentro de la tradición ecológica sobre el uso de herramientas de decisión no monetarias, la integración de éstas con instituciones deliberativas y la defensa del pluralismo institucional y cultural, abordan problemas centrales para los futuros modelos de socialismo. En este trabajo considero el significado de estas reivindicaciones institucionales para el futuro del socialismo a la luz de los temas medioambientales en la historia de los debates sobre el cálculo socialista.

La historia recibida sobre el cálculo socialista presenta el debate en términos de un conflicto entre Mises y luego Hayek por un lado y Lange y Taylor por el otro. Esta historia es insatisfactoria por tres razones relacionadas. En primer lugar, faltan algunos de los principales personajes del debate, sobre todo, en el contexto de los temas ecológicos del debate, Otto Neurath, una de las figuras centrales del Círculo de Viena. En segundo lugar, hay más discontinuidades en los debates de lo que se suele suponer. Hubo al menos dos debates que se referían a dos objeciones independientes a la posibilidad del socialismo. El primer debate, al que contribuyó Mises, fue un argumento sobre la elección racional y la conmensurabilidad – específicamente la posibilidad de una acción económica racional en ausencia de una unidad de comparación entre actividades económicas alternativas. La contribución pública de Neurath a los debates sobre el cálculo socialista fue a esta primera fase. Sus argumentos constituyen una respuesta convincente a las objeciones de Mises al socialismo. El segundo debate, instigado por la objeción epistémica de Hayek al socialismo, se refería a la posibilidad de planificar dada la dispersión del conocimiento entre los diferentes actores de una economía. Aunque Hayek presenta su argumento epistémico como una continuación del primer debate, en realidad se aleja de él: de hecho, la propia posición de Hayek sobre la naturaleza de la elección racional está más cerca de la de Neurath que de la de Mises (véase O’Neill, 1996a, 431-442). Los puntos en común de sus posiciones fueron destacados por Neurath en su correspondencia con Hayek (Neurath, 1945). En tercer lugar, hay una dimensión ecológica en el debate que se ha pasado por alto posteriormente. La posibilidad de tomar decisiones económicas que reflejen las condiciones de los recursos y el medio ambiente de la actividad económica fue fundamental en los debates.

1. Incomensurabilidad, Dinero y Elección Racional en el Socialismo

Los argumentos de Mises contra la posibilidad de la elección racional en el socialismo iban dirigidos contra dos oponentes: en primer lugar, los teóricos que defendían la sustitución del dinero como unidad de cálculo económico por otra unidad, como las unidades de tiempo de trabajo (defendidas en parte de la literatura marxiana), y las unidades de energía (defendidas por economistas ecológicos como Popper-Lynkeus y Ballod-Atlanticus); en segundo lugar, Neurath, que negaba que la elección económica racional requiriera la existencia de una única unidad de cálculo y defendía las decisiones económicas fundadas en el cálculo in natura en especie.1 Los argumentos de Mises en contra de ambos se basan en suposiciones sobre la naturaleza de la racionalidad práctica y su dependencia de la conmensurabilidad: la toma de decisiones económicas racionales, más allá de las decisiones individuales más simples, requiere una medida única en base a la cual se pueda calcular y comparar el valor de estados de cosas alternativos. Ante la elección de «si utilizaremos una cascada para producir electricidad o extenderemos el carbón y utilizaremos mejor la energía contenida en el carbón» (Mises, 1981, 98), necesitamos alguna forma de calcular los costes y beneficios relativos. Los valores monetarios constituyen la única unidad de comparación adecuada (ibíd., 99).

La posición de Neurath se basa en el rechazo de esta explicación de la elección racional. La elección racional no requiere la conmensurabilidad de valores. Ninguna medida única puede captar la naturaleza multidimensional de los valores empleados en la elección social (Neurath, 1937, 146). La visión algorítmica de la razón práctica que emplea Mises exhibe un «pseudoracionalismo» (Neurath, 1983). Nuestro conocimiento que informa la toma de decisiones es incierto y las normas de racionalidad rara vez determinan una respuesta única, dado lo que se conoce. Un racionalista adecuado reconoce los límites del poder de la razón para llegar a las decisiones: «El racionalismo ve su principal triunfo en el claro reconocimiento de los límites de la visión real» (ibíd., 8). Es una marca del pseudorracionalista creer que existen reglas técnicas de elección que determinan las respuestas óptimas a todas las decisiones. Así, ante una elección entre fuentes de energía alternativas -por ejemplo, carbón y energía hidráulica o energía solar- entran en juego una serie de juicios éticos y políticos, por ejemplo, sobre la equidad intergeneracional y la distribución de riesgos. No se pueden hacer estas elecciones mediante un procedimiento puramente técnico que emplee alguna unidad, ya sea monetaria o no monetaria (Neurath, 1973, 263).

Los puntos fuertes de la posición de Neurath se manifiestan en los problemas que Mises plantea con su propia posición. Mises reconoce que, incluso en una economía de mercado, existen «bienes no económicos… que no son objeto de valor de cambio» (Mises, 1981, 99). Los bienes ambientales son un ejemplo: la «belleza de las cascadas», que no tiene precio, entra en la consideración de la energía hidráulica (ibíd., 99). La respuesta de Mises a este problema se ha convertido en estándar en la literatura posterior. No podemos evitar hacer elecciones difíciles entre bienes «no económicos» y bienes económicos, y al hacerlo estamos haciendo implícitamente valoraciones monetarias de lo no económico. El economista no hace más que explicitarlo. «Si sabemos con precisión cuánto tenemos que pagar por la belleza, la salud, el honor, el orgullo y otros bienes similares, nada tiene que impedir que les demos la debida consideración» (ibíd., 100). Las decisiones racionales requieren valoraciones monetarias. La respuesta de Mises es inverosímil. Acepta que incluso en una economía de mercado hay decisiones económicas relacionadas con bienes no económicos que se toman sin el uso explícito de unidades monetarias. Su respuesta es una invitación a la pregunta. Ofrece una nueva descripción de las decisiones, y esto sólo es plausible si se asume lo que se supone que demuestra: que todas las elecciones racionales implican unidades monetarias de comparación a las que se pueden aplicar reglas de cálculo. Sólo si uno ya está en las garras de una imagen algorítmica de la razón práctica, esto tiene alguna plausibilidad. Como señala Neurath, la comparabilidad no tiene por qué implicar conmensurabilidad. No es necesaria una regla sobre alguna unidad de valor que pueda aplicarse mecánicamente para producir una decisión determinada sobre qué plan adoptar.

Los problemas de la discusión entre Mises y Neurath han resurgido en los debates recientes de la economía medioambiental. El supuesto de Mises de que la elección racional requiere una única unidad para comparar opciones es compartido por la economía neoclásica. Según la posición neoclásica, el origen del daño medioambiental es que las preferencias por los bienes medioambientales no se revelan en los precios del mercado. La solución es garantizar que lo sean, ya sea mediante la ampliación de los derechos de propiedad negociables a los bienes medioambientales o mediante la construcción de precios sombra para los bienes medioambientales para un análisis de costes y beneficios. La extensión de los precios a los bienes ambientales para que se pueda descubrir el «verdadero» valor de las preferencias por ellos es el camino para resolver los problemas ambientales. Los trabajos recientes de economía ecológica que critican esta visión neoclásica han reiterado algunas de las objeciones de Neurath. No hay medidas monetarias a través de las cuales se puedan captar todas las diferentes dimensiones de las elecciones sociales. No hay reglas algorítmicas para la agregación de tales medidas a través de las cuales se puedan hacer elecciones sociales (Martinez-Alier, et al., 1998, 277-268). Al mismo tiempo, tanto a nivel institucional como a nivel de las herramientas de decisión, se ha intentado desarrollar alternativas al intento de reducir la elección a algoritmos sobre medidas monetarias: institucionalmente, a través de experimentos en foros deliberativos; a nivel de herramientas de decisión, a través del desarrollo de ayudas a la decisión multicriterio. A continuación se analiza la idoneidad de estas respuestas.

2. Hayek, Epistemología y Ecología

Las críticas epistémicas de Hayek a la planificación, al igual que las de Mises, se dirigían no sólo a los socialistas, sino también a los intentos de la tradición ecológica de comprender las formas en que las instituciones económicas están inmersas en el mundo físico y de desarrollar métodos no monetarios para las elecciones económicas que reconozcan esas condiciones físicas previas. Hayek niega la posibilidad de tales unidades no monetarias para planificar la producción económica. Para Hayek la tradición ecológica ejemplifica un «objetivismo cientificista» que se expresa en «la característica y siempre recurrente exigencia de la sustitución del cálculo in natura por el cálculo ‘artificial’ en términos de precio o valor, es decir, de un cálculo que tenga en cuenta explícitamente las propiedades objetivas de las cosas» (Hayek, 1979, 170). Neurath se convierte en un objetivo principal, ya que su obra combina más claramente el socialismo y el cálculo in natura.

La creencia en el objetivismo y en el cálculo in natura para Hayek expresa una ilusión sobre el alcance del conocimiento que está tipificada por la creencia del ingeniero social en alguna solución óptima puramente técnica para las opciones sociales (ibíd.). Al sostener la posibilidad de tal óptimo, el ingeniero social es víctima de la ilusión de un conocimiento completo que sustenta el proyecto de planificación socialista (173). Exhibe el «racionalismo cartesiano», la creencia en la omnipotencia de la razón y el correspondiente fracaso de «la razón humana para comprender racionalmente sus propias limitaciones» (162). El racionalismo cartesiano en el ámbito social no reconoce la división del conocimiento en la sociedad, la dispersión del conocimiento práctico encarnado en las habilidades y el saber hacer, particular al tiempo y lugar locales. Estos conocimientos no pueden articularse en forma de propuesta y, por tanto, no pueden, en principio, transmitirse a un organismo central de planificación. El mercado, por el contrario, resuelve los problemas de ignorancia actuando como un procedimiento de coordinación que, a través del mecanismo de precios, distribuye a los diferentes actores la información relevante para la coordinación de sus planes

Dada esta visión del sistema de precios, renunciar a los precios por el cálculo en especie es renunciar a una solución del problema de la ignorancia por la ilusión de la posibilidad de un conocimiento completo basado en la planificación. No hay alternativa in natura a las medidas monetarias.

¿Hasta qué punto son convincentes las críticas epistémicas de Hayek a los fundamentos de la economía ecológica? Como crítica a la doctrina que sostenían escritores como Neurath falla en su objetivo. La doctrina que critica Hayek -que hay algunas unidades puramente físicas, como las unidades de energía, independientes del uso o la creencia humana, que podrían emplearse para la

planificación- fue rechazada por Neurath y con ella la idea tecnocrática de que hay alguna solución «óptima» para los problemas sociales. Neurath se opone a «lo que se llama el movimiento ‘tecnocrático'», que supone que existe «una única solución mejor con su ‘felicidad óptima'» y que «pide una autoridad particular que deben ejercer los técnicos y otros expertos en la selección de los ‘grandes planes'» (Neurath, 1942, 426-7). La crítica de Neurath a la planificación tecnocrática parte de supuestos epistémicos compartidos con Hayek. Las críticas de Neurath al pseudorracionalismo son paralelas a las de Hayek contra el racionalismo. Ambos rechazan la ilusión de conocimiento completo en la que se basa la planificación tecnocrática (Neurath, 1945).

Por supuesto, Neurath no es el único que comparte esta perspectiva en el lado socialista del debate. Hayek ha sido tomado en serio por muchos socialistas no sólo porque hay poder en sus críticas epistémicas a la planificación central, sino también porque comparten un terreno común con los argumentos epistémicos ofrecidos dentro de la tradición socialista. Las críticas epistémicas de Hayek a las economías de planificación centralizada tienen su contrapartida en la historia de los debates sobre la planificación socialista como argumento a favor de la toma de decisiones democrática y descentralizada y de una apreciación adecuada de los límites de los conocimientos técnicos abstractos. Existe una larga tradición de socialismo asociativo que ha argumentado en contra de la posibilidad de una economía centralizada según las líneas fabianas o bolcheviques (véase Schechter, 1994; Wainwright, 1994). Temas epistémicos similares relativos a la importancia del conocimiento ecológico local encarnado en prácticas humanas concretas, la ineludibilidad de la elección social en condiciones de ignorancia radical y los límites de la predictibilidad científica son fundamentales para la tradición ecológica. Estas preocupaciones sustentan la necesidad del pluralismo cultural e institucional, el principio de precaución y la importancia de las instituciones deliberativas que contrarrestan el necesario papel del experto científico. La cuestión central que divide la posición de Hayek de sus oponentes socialistas y ecologistas es: ¿hasta qué punto son necesarias o suficientes las instituciones específicamente de mercado para coordinar el conocimiento práctico? ¿Existen alternativas a las soluciones de mercado para la coordinación del conocimiento?

3. Deliberación, pluralismo e instituciones del socialismo

El supuesto compartido tanto por la economía austriaca como por la neoclásica, de que la elección racional requiere el uso de mecanismos de mercado y medidas monetarias, sigue siendo el núcleo de los debates actuales en economía medioambiental. La respuesta crítica habitual a las soluciones de mercado ha sido el paso del mercado al foro, a los experimentos en marcos institucionales deliberativos para la elección social. Los modelos deliberativos de la democracia han disfrutado recientemente de un justificado renacimiento. Frente a la imagen de mercado de la democracia como procedimiento para agregar y satisfacer eficazmente las preferencias dadas de los individuos, ofrecen un enfoque de la democracia como foro a través del cual se forman y modifican los juicios y las preferencias mediante un diálogo razonado (Benhabib, 1996; Cohen, 1989; Dryzek, 1990; Elster, 1986; Elster, ed., 1998; Miller, 1992). En el contexto de la elección pública del medio ambiente, han tenido un poder especial en la crítica a los enfoques de la elección del medio ambiente basados en el mercado. Los enfoques basados en el mercado para la resolución de los conflictos de valores sobre el medio ambiente son ciegos a la razón. La fuerza y la debilidad de la intensidad de una preferencia, medida por la disposición de una persona a pagar al margen para satisfacerla, cuentan en una decisión; la fuerza y la debilidad de las razones de una preferencia, no. Las preferencias se tratan como expresiones de mero gusto, a las que hay que poner precio y sopesar una con otra. Los enfoques de mercado ofrecen la resolución de conflictos sin una evaluación y un debate racionales. Sin embargo, dado que los conflictos medioambientales están abiertos a un debate razonado que pretende cambiar las preferencias en lugar de limitarse a registrarlas, se deduce que se necesitan formas institucionales diferentes para su resolución. Cuando el conflicto está abierto a la adjudicación razonada, las instituciones discursivas son la forma adecuada para su resolución. En la práctica, el renacimiento de la democracia deliberativa se ha expresado en el desarrollo de una variedad de «nuevas» instituciones deliberativas formales que a menudo se presentan como experimentos de democracia deliberativa. Entre ellas se encuentran los jurados de ciudadanos, los paneles de ciudadanos, los grupos de debate en profundidad, las conferencias de consenso, las mesas redondas y, de forma más problemática, los grupos de discusión (véase Jacobs, 1997; O’Connor, 156-282; Ropper y Schaber, 1999). Al mismo tiempo, en el ámbito de las herramientas de toma de decisiones, se ha intentado desarrollar ayudas a la toma de decisiones con criterios múltiples que reconozcan la irreductibilidad de las diferentes dimensiones de valor implicadas en las elecciones sociales. Mientras que en el pasado estas ayudas a la decisión multicriterio tendían a ser tecnocráticas y basadas en expertos, recientemente se ha buscado la forma de integrarlas en contextos institucionales deliberativos (véase De Marchi et al., 2000).

¿En qué medida estos experimentos pueden servir de base a un modelo de sociedad socialista futura? En la medida en que estos experimentos de deliberación se presentan como soluciones puramente políticas en ausencia de cambios en las instituciones económicas, hay dos motivos de escepticismo por parte de los socialistas. El primero apela a argumentos socialistas bien elaborados contra la igualdad puramente formal que implican las instituciones liberales. Mientras que las «nuevas» instituciones deliberativas se presentan a menudo como «facilitadoras» de un «diálogo» inclusivo entre iguales, el diálogo tiene lugar en realidad en un contexto de grandes asimetrías de poder social, institucional y económico. Esto tiene implicaciones para el funcionamiento de los propios foros de deliberación. En los foros deliberativos formales, la capacidad y la confianza para hablar difiere según la clase, el género y la etnia. Al igual que la «disposición a pagar» está distribuida de forma desigual, recogiendo las desigualdades de ingresos, también lo está la «disposición a decir». Además, las instituciones deliberativas están abiertas a ser utilizadas estratégicamente. Algunas de las nuevas instituciones «deliberativas», en particular los grupos de discusión, se emplean a menudo en la práctica política para recabar información sobre las posibles respuestas a las distintas políticas, no para fomentar la deliberación pública, sino para anticiparse a ella. Al fin y al cabo, el origen de la técnica de los grupos focales se encuentra en la investigación de mercado. Cuando la deliberación es pública, el poder se ejerce en el encuadre de los temas antes de la discusión y en la elección del grupo de interés para el debate. Si son captadas efectivamente por instituciones poderosas, las instituciones deliberativas proporcionan fuertes herramientas de legitimación. La igualdad puramente formal de las instituciones liberales no es suficiente para el buen funcionamiento de las instituciones deliberativas. Una igualdad aproximada en el poder económico y social es una condición necesaria, y dicha igualdad requiere apartarse de los patrones actuales de propiedad y control. Este argumento de los ideales deliberativos a la necesidad de igualdad económica y social me parece totalmente correcto. En el contexto de la igualdad social y económica, el desarrollo de un modelo de democracia más ateniense, en el que las instituciones deliberativas se eligen por sorteo, como el jurado ciudadano, podría desempeñar un papel más amplio en la vida económica y política. Ofrece la posibilidad de un orden social de iguales en el que cada uno se turna en los puestos de poder; donde, en la frase de Aristóteles, «gobiernan y son gobernados por turno» (Aristotle, 1998).

Un modelo puramente político de deliberación también está abierto a una segunda objeción relativa a la división entre el ciudadano y el actor del mercado que supone. Una versión de esto se puede encontrar en la obra de Marx Sobre la Cuestión Judía. En la constitución democrática perfeccionada, el individuo vive en dos mundos y dos papeles: como ciudadano en el mundo comunitario de la democracia y como agente interesado en el mundo del mercado. La emancipación social requiere la transformación del ámbito económico, bajando al ciudadano comunal a la tierra en su vida cotidiana «cuando el hombre real e individual reabsorbe en sí mismo al ciudadano abstracto». La división que critica Marx -entre «ciudadano» y «agente del mercado»- es asumida por muchos que abogan por una respuesta deliberativa a los problemas medioambientales. Consideremos, por ejemplo, la distinción entre las preferencias que tiene un individuo en su papel de consumidor y las que tiene como ciudadano, trazada por Sagoff en su influyente The Economy of the Earth. Como consumidor, un individuo expresa «sus deseos e intereses personales o autocomplacientes»; como ciudadano, expresa sus «juicios sobre lo que es correcto o bueno». Para Sagoff es en el papel de ciudadano donde el individuo delibera sobre los bienes ambientales. El error de los enfoques de mercado sobre los problemas medioambientales es que transforman una cuestión que requiere la deliberación pública de los ciudadanos en una que se resuelve mediante las preferencias de los consumidores. El uso que hace Sagoff de la distinción entre ciudadano y consumidor da por sentado los contextos institucionales de los diferentes órdenes de preferencias. Esta división es problemática. No está claro dónde y cuál es la frontera entre lo político y el mercado: hay muy pocas decisiones económicas que no tengan consecuencias medioambientales. Dentro de la propia esfera económica, dejar la asignación de la mayoría de los recursos al mercado es incompatible con la realización de bienes medioambientales. El mercado sólo responde a las preferencias que pueden articularse mediante actos de compra y venta. Por lo tanto, los intereses de los inarticulados comercialmente, tanto los que lo son contingentemente -los pobres- como los que lo son necesariamente -las generaciones futuras y los no humanos- no pueden estar adecuadamente representados. Además, una economía de mercado competitiva está necesariamente orientada al crecimiento del capital, y por tanto es incompatible con una economía sostenible. La idea de que podemos vivir simplemente en dos mundos con el tipo de esquizofrenia de preferencias que supone Sagoff es insostenible. La deliberación pública debe llevarse a la propia economía.

Sin embargo, este argumento a favor de introducir las instituciones deliberativas en el ámbito económico está abierto a dos grandes objeciones. La primera es una versión de la crítica epistemológica de Hayek a las economías planificadas, que ha sido desplegada recientemente por Hodgson contra la posibilidad de una economía predominantemente no de mercado coordinada por instituciones deliberativas. Si hay formas de conocimiento tácito o práctico que no pueden transmitirse a un sistema de planificación central porque no están abiertas a la articulación, entonces tampoco lo estarán en un entorno deliberativo. Por lo tanto, los modelos de socialismo que se basan exclusivamente en instituciones deliberativas para coordinar las actividades estarán abiertos a algunas de las mismas objeciones que se hacen en el caso epistémico contra la planificación (Hodgson, 1999, 48-9). El argumento llega a la conclusión de que cualquier coordinación del conocimiento tácito disperso requiere mecanismos que «dependen en cierta medida del mercado y del mecanismo de los precios».

Estos argumentos epistemológicos sugieren límites a las instituciones deliberativas como procesos de coordinación y elección social. Sin embargo, no son concluyentes como argumentos a favor de un mercado en contra de un marco institucional deliberativo dentro de la vida económica. En primer lugar, la coordinación social no requiere instituciones específicamente de mercado. De hecho, los mismos ejemplos que se emplean normalmente para ilustrar la importancia del conocimiento práctico ponen de manifiesto este punto. Cuando Hodgson ilustra el papel del conocimiento práctico, recurre, al igual que Hayek, a la afirmación de Polanyi de que «todos los avances científicos y las innovaciones tecnológicas están vinculados al conocimiento tácito» (Hodgson, ibíd.). Hodgson tiene razón al hacerlo (cf. O’Neill, 1998, 150 ss.). La coordinación del conocimiento científico, tanto tácito como articulado, es uno de los logros institucionales del mundo moderno. Sin embargo, como apoyo a la necesidad de mercados y precios para coordinar el conocimiento tácito, el ejemplo falla. La comunidad científica pública es uno de los grandes ejemplos de un orden social predominantemente no mercantil dentro del mundo moderno. El peligro de la actual introducción de los mecanismos de mercado en la ciencia pública es que ralentizará, en lugar de aumentar, el ritmo de la innovación. Los conflictos en torno al desarrollo de nuevos regímenes de propiedad intelectual se centran en el control del conocimiento crucial para la innovación. En términos más generales, la coordinación del conocimiento, tácito y articulado, es un problema omnipresente que existe en todos los puntos del orden social y económico. A medida que el conocimiento ha pasado a ser el centro de la vida económica en el mundo moderno, la gestión de la distribución del conocimiento no articulado a través de organizaciones de diversa índole sin que se pierda se ha convertido en una tarea cada vez más importante. El mercado no es un requisito para la coordinación y, como demuestra el caso de la ciencia, puede convertirse en un obstáculo. La coordinación existe a diversos niveles en toda la economía en diferentes formas institucionales, cuyo conocimiento es en sí mismo a menudo práctico y no articulado. Si bien es cierto que las instituciones deliberativas por sí solas no pueden realizar la coordinación, es evidente que la deliberación puede desempeñar un papel coordinador dentro de un contexto más amplio de conocimientos práctica e institucionalmente plasmados; consideremos de nuevo el caso de la comunidad científica. Al igual que el mercado no es un requisito para la coordinación, tampoco hay razón para suponer que las formas dialógicas de coordinación reduzcan necesariamente el uso del conocimiento local y tácito.

Una segunda y más poderosa objeción a la posición que Marx defiende en Sobre la Cuestión Judía es el monismo institucional que implica, un monismo que ha sido una característica de gran parte del pensamiento socialista durante el último siglo. Cualesquiera que sean los problemas específicos de las economías de mercado, la suposición de que la división entre la persona privada y el ciudadano público es una división que simplemente debe ser superada es problemática (Keat, 1981). Sin embargo, la crítica al monismo institucional también va en la dirección opuesta. El reconocimiento de la necesidad del pluralismo institucional ha sido el punto central de la crítica ecológica a la economía de mercado. El conocimiento ecológico se encarna en prácticas y tradiciones particulares que no pueden articularse y que los mercados globalizados socavan (Martinez-Alier, 1996, 37-54; O’Neill, 1998, cap. 10). El argumento aquí es un llamamiento al pluralismo dentro de la tradición socialista, que la reciente resistencia a la globalización ha vuelto a poner en primer plano. Así, por ejemplo, un elemento central de la obra de Neurath era el rechazo del monismo tanto del liberalismo de libre mercado como de los modelos tecnocráticos de socialismo. De ahí su defensa de «la tolerancia económica que puede soportar varias formas de economía no capitalistas simultáneamente…»

Hay buenas razones epistemológicas para dicha tolerancia: las diferentes formas de conocimiento se encarnan en diferentes prácticas sociales e instituciones. También hay razones que tienen que ver con la naturaleza de los diferentes bienes. Por ejemplo, la salud, el amor y el reconocimiento del valor de un logro científico, dadas sus diferentes naturalezas, no deberían ser distribuidos por idénticos principios institucionales: el primero obedece a la necesidad, el segundo a la fortuna del parentesco y el afecto, el tercero al mérito. Para ninguno de ellos pueden ser adecuados los mecanismos de mercado, pero tampoco existe un único principio socialista de distribución que se aplique a todos (Walzer, 1983).

La defensa del pluralismo institucional es, sin embargo, algo que hay que subrayar en los debates actuales. Hay una tendencia entre los socialistas a pensar en términos de un único modelo de relaciones sociales, y esto es tan cierto para las propuestas de planificación descentralizada como para la planificación centralizada. Existe un pluralismo de formas de relaciones sociales y económicas no mercantiles: el don, las redes públicas de reconocimiento, las comunidades científicas, las relaciones de parentesco, las cooperativas, etc. Es un error al considerar el futuro del socialismo tras el fracaso de las economías estatales centralizadas buscar el nuevo modelo. Teniendo en cuenta el conocimiento incorporado en las tradiciones y prácticas humanas, hay buenas razones epistemológicas para el escepticismo sobre el intento de reorganizar todas las actividades humanas sobre la base de algún conjunto general de principios racionales. Como señalan Hayek y Neurath, la razón ve su madurez en el reconocimiento de sus propios límites.

A la inversa, es necesario reconocer la importancia de los órdenes no mercantiles que existen dentro de la sociedad actual, para defenderlos contra la invasión del mercado sin dejar de ser críticos con sus propias formas internas de poder. La globalización ha visto la expansión geográfica de las normas comerciales en comunidades que conservan relaciones económicas no mercantiles que emplean la propiedad común, la ayuda mutua y el regalo, para las que los mercados existían previamente en los márgenes de su vida económica. Al mismo tiempo, en las economías de mercado avanzadas se han ampliado los ámbitos de los bienes y las relaciones que se rigen por las normas del mercado. Ámbitos que antes quedaban fuera de las normas del mercado, como la ciencia pública, el acceso a la información, el control de la biodiversidad agrícola y natural y la integridad corporal, se están redefiniendo como esferas potenciales de intercambio de mercado que se someten a nuevos regímenes de derechos de propiedad. Los bienes medioambientales se someten cada vez más a las normas de intercambio del mercado en estos dos sentidos (véase O’Neill, 1997). Existe un vínculo entre la resistencia actual a la difusión de las normas de mercado y los derechos de propiedad -mantener el conocimiento libre, sostener islas de actividad cooperativa, mantener el acceso a los bienes medioambientales- y la posibilidad de un futuro socialista. La importancia del reciente movimiento anticapitalista contra la globalización neoliberal ha sido la defensa de formas institucionales y culturales no mercantiles contra la propagación de las normas del mercado. Los socialistas no deben limitarse a recrear visiones utópicas, sino que también deben basarse en los órdenes no mercantiles existentes, para recordar la existencia de relaciones y redes sociales, tanto locales como globales, que se han desarrollado al margen de las normas del mercado. El futuro del socialismo no está comprometido en última instancia por la posibilidad de alternativas viables a la economía capitalista, aunque el escaso atractivo de las alternativas putativas en Europa del Este y Asia que se presentaron bajo el título de socialismo ha dejado su legado. Los problemas provienen cada vez más de una forma de enclaustramiento social: el orden de mercado capitalista sobrevive porque está tan ligado a todas las relaciones humanas que la construcción de una alternativa se hace cada vez más difícil de construir o incluso de imaginar. En ese contexto, la defensa de los órdenes no mercantiles existentes se convierte en parte del proyecto de mantener la posibilidad de una alternativa.

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Wiggins, David. 1997. “Incommensurability: Four Proposals.” In Ruth Chang, Incommensurability, Incomparability and Practical Reason. Cambridge, Massachusetts: Harvard Universitiy Press.

COMENTARIO

La importancia de la cuestión del medio ambiente para los argumentos a favor del socialismo no puede ser exagerada. Esto es así en dos niveles. En un nivel, la cuestión es que la producción de bienes que tienen un fuerte impacto en el medio ambiente, o la comercialización de aspectos del propio medio ambiente, son particularmente inadecuados para ser regulados por los mercados debido (entre otros problemas) a las externalidades excesivas (e «internalizar las externalidades» es realmente un proceso no mercantil). Por otro lado, la enorme destrucción medioambiental que se está produciendo hoy en día es uno de los principales factores que motivan a muchos jóvenes a considerar alternativas al capitalismo.

O’Neill divide su presentación en tres partes. Me gustaría abordar cada una de ellas, pero el espacio no me lo permite. Dado que estoy de acuerdo en gran medida con su tercer punto sobre la necesidad de una democracia deliberativa en contraposición a la democracia liberal (aunque en realidad se necesita el concepto aún más amplio de democracia participativa), sólo abordaré los dos puntos con los que no estoy de acuerdo. Sin embargo, quiero subrayar que mi desacuerdo sobre los puntos más bien «abstractos» de la necesidad de comensurabilidad y el punto «epistemológico» de Hayek relativo a la planificación no debe ser malinterpretado como un desacuerdo con la visión de O’Neill de una alternativa saludable al capitalismo. En eso me encuentro en gran medida de acuerdo.

Debo señalar que O’Neill no estará ciertamente de acuerdo con mis posiciones. Ha habido un largo debate sobre estas cuestiones, conoce las posiciones que voy a exponer y no le convencen. Ha expuesto sus puntos de vista sobre estas cuestiones con mayor amplitud en varios artículos y libros.

1. O’Neill argumenta: «La elección racional no requiere de una conmensurabilidad de valores. Ninguna medida individual puede captar la naturaleza multidimensional de los valores empleados en la elección social.» Creo que la primera afirmación es errónea, mientras que la segunda es correcta. En particular, sostengo que la segunda no apoya, por no decir que demuestra, la primera, como da a entender O’Neill.

Los valores, tal como se utilizan en una discusión sobre la elección (que difiere de las preocupaciones de Marx en su definición de valor, algo que no está relacionado con el punto que se está tratando aquí), no son otra cosa que «preferencias reveladas.» A través del acto de elegir una alternativa sobre otra, uno las establece como conmensurables («que tienen una medida común»); ambas tienen la característica de «deseabilidad para el que elige,» y una tiene más deseabilidad. Esto no significa nada más que uno lo elegiría si pudiera tener cualquiera de los dos, lo que establece el acto de elegir. Obsérvese que no he introducido la cuestión de la «racionalidad.» Uno podría hacer elecciones no transitivas; pero incluso entonces todos los objetos siguen siendo conmensurables por pares, de nuevo según lo establecido por la elección por pares, la única elección que realmente ocurre. Por supuesto, entonces tres objetos no son simultáneamente conmensurables, lo que sólo refleja que uno no puede clasificar simultáneamente los tres para la deseabilidad. Sin embargo, siguen siendo conmensurables por parejas.

Por otro lado, estoy completamente de acuerdo con la segunda frase de O’Neill. La única medida implicada en su conmensurabilidad, su deseabilidad general reflejada en cuál elegiría uno sobre el otro, no contiene toda la información de los valores multidimensionales que uno utiliza para llegar a la conclusión general sobre cuál de los dos preferiría. Al igual que la norma euclidiana unidimensional de un vector contiene menos información que el propio vector multidimensional, la «deseabilidad relativa» unidimensional de los pares de alternativas tiene menos información que los valores multidimensionales implicados en la determinación de las deseabilidades relativas globales.

Todo esto es válido tanto para la elección social como para la individual. La elección social podría no corresponder a ninguna «agregación» clara de las elecciones individuales, como se retrata falsamente en la historia neoclásica estándar, pero la elección social establecería una conmensurabilidad social.

El tercer punto importante de O’Neill, que no podré discutir, es cómo debería hacerse esa elección social, y si debería representar algún tipo de simple suma de preferencias individuales a priori. Eso es clave, y en eso estoy de acuerdo con O’Neill. Pero considero que su posición sobre la «conmensurabilidad» es contraria al significado de la palabra «conmensurada,» y, por lo tanto, lamentablemente, una apertura para que un lector se niegue a considerar sus importantes puntos.

2. «Ambos [Hayek y Neurath] rechazan la ilusión de conocimiento completo en la que se basa la planificación tecnocrática.» Continúa O’Neill, indicando lo que le preocupa: «Hayek ha sido tomado en serio por muchos socialistas no sólo porque hay poder en sus críticas epistémicas de la planificación central…. Las críticas epistémicas de Hayek a las economías de planificación centralizada tienen su contrapartida en la historia de los debates sobre la planificación socialista como argumento a favor de la toma de decisiones democrática y descentralizada y de una apreciación adecuada de los límites de los conocimientos técnicos abstractos.» Y además: “ineludibilidad de la elección social en condiciones de ignorancia radical y los límites de la predictibilidad científica…” En este pensamiento se mezclan varias cuestiones muy diferentes. En primer lugar, la cuestión de centralizado frente a descentralizado se agrupa con la cuestión de democrático frente a no democrático. Como yo y muchos otros hemos argumentado, no son en absoluto las mismas cuestiones. Mantengo que la planificación centralizada es apropiada para cosas que necesitan una amplia coordinación planificada (por ejemplo, en el mundo actual la emisión total de CO2) mientras que para otras cosas sería apropiada una planificación mucho más descentralizada (para aprovechar los conocimientos locales, dada la ausencia de problemas por falta de coordinación). Pero toda planificación debe ser democrática. Además, O’Neill ha confundido estas cuestiones con el tema de lo que los humanos “pueden saber”, y además no ha sido claro sobre la diferencia entre lo que conocemos al nivel actual de comprensión de la naturaleza y la sociedad y lo que “no se puede saber”. Si, en cambio, afirma que algo puede conocerse pero que “una persona no puede conocerlo” (la afirmación de que las unidades descentralizadas pueden saber más que una unidad centralizada a la que transmiten información), tiene que dar una justificación teórica para esa afirmación. Evidentemente, se pueden prever todo tipo de problemas para transmitir información a un único centro, pero no puedo imaginar ninguna razón teórica por la que no se pueda hacer. Entonces se convierte en una mera cuestión organizativa. Una vez más, no estoy defendiendo una planificación completamente centralizada, sino que defiendo que toda la planificación se realice al nivel más adecuado para compensar la pérdida de coordinación con la pérdida de conocimientos e iniciativas locales (dados los sistemas existentes). Pero no se puede descartar la “planificación centralizada” por razones epistemológicas.

Al Campbell

Science & Society, Vol. 66, No. 1, Spring 2002, 154-156

COMENTARIO

Consideramos que es obvio que hay que hacer “duras elecciones” entre bienes económicos y no económicos en cualquier economía, y que en una economía deseable esto debe hacerse de la forma más democrática, justa e inteligente posible. También creemos que cuando tomamos estas “duras decisiones” implícitamente “comparamos” los valores para nosotros de cosas como la belleza de una cascada frente a la electricidad que resulta de represar el río, y que no sirve de nada pretender lo contrario. Pero estamos de acuerdo con O’Neill en que esto no significa que necesariamente creamos que los bienes que comparamos implícitamente por las elecciones que hacemos entre ellos son “conmensurables” en el sentido de que los evaluamos o deberíamos evaluarlos en los mismos términos o de la misma manera. La mejor manera de estimar el valor de una cascada para la sociedad -un bien que será consumido conjuntamente por muchas personas que no están seguras de cómo valoran la cascada, pero que ciertamente están en desacuerdo- es probablemente muy diferente de la mejor manera de estimar el beneficio social de un kilovatio hora de electricidad -un bien que será consumido por una sola persona con opiniones bien formadas sobre el valor para ella.

El concepto de coste de oportunidad es útil como medio para estimar lo mejor posible las consecuencias de las posibles elecciones. Los debates sobre la reducción de todo a una única medida, ya sea el valor del tiempo de trabajo, el valor de la energía o el valor monetario, son una pista falsa. Cuando los seres humanos toman decisiones, lo que inevitablemente se compara son los valores que los seres humanos atribuyen a las consecuencias de esas decisiones. No hay nada más complicado ni epistemológicamente profundo que eso. En lugar de desviarnos hacia debates inútiles sobre medidas únicas de conmensurabilidad, o sobre si la toma de decisiones debe basarse en los costes de oportunidad, deberíamos centrarnos en qué beneficios y costes queremos tener en cuenta y cuáles no, en quién debe estimar esos beneficios y costes, en cómo debe estimarlos, en si las respuestas a estas preguntas deben depender o no de la elección y en quiénes se verán afectados por las consecuencias de la elección.

Las implicaciones del conocimiento práctico: La implicación más importante del conocimiento práctico es que las personas deberían tener un poder de decisión proporcional al grado en que se ven afectadas por una decisión, no sólo porque cualquier otra cosa es antidemocrática, injusta y niega la humanidad de las personas, sino también por la razón práctica de que el conocimiento está ampliamente distribuido, aunque de forma desigual, lo que implica que la toma de decisiones económicas por parte de cualquier élite estará plagada de ineficacia junto con sus otros inconvenientes. Pero esto no sólo es un argumento contra la planificación totalitaria, sino también contra la planificación central, por muy democrático que sea el procedimiento para definir la “función objetiva” de la planificación, y también es un argumento contra la empresa privada y los mercados. Si la aportación de los ciudadanos a la toma de decisiones se limita a votar por las ponderaciones en la función objetivo que se da a los planificadores, no sólo se negará a los trabajadores la autogestión, sino que se desaprovechará su “conocimiento práctico”. Y, a pesar de Mises y Hayek, la empresa privada y los mercados tampoco aprovechan la vasta reserva de conocimientos prácticos de la humanidad. La empresa privada compra la libertad de decisión de los empresarios a expensas de la autogestión de sus empleados, con la misma pérdida de “conocimiento práctico” que en las empresas estatales jerárquicas. Y aunque los mercados competitivos permiten que los consumidores individuales voten con sus bolsillos, no proporcionan ningún medio práctico para formular y expresar las preferencias por los bienes públicos ni ninguna forma de representar los intereses de “terceros” que son “externos” a los acuerdos alcanzados entre compradores y vendedores.

La democracia deliberativa y la formación de preferencias: hace tiempo que sostenemos que las preferencias individuales son bastante maleables. Por lo tanto, estamos de acuerdo con O’Neill en que cuando la información es escasa y el contexto institucional inapropiado, la calidad de las preferencias que la gente desarrolla dejará mucho que desear. Los foros, los diálogos y los paneles de ciudadanos pueden desempeñar un papel positivo en la mejora de la calidad de la información que tienen los individuos y la calidad de su intercambio de información. Pero cuando la gente no tiene nada en juego personalmente, es difícil obtener los sentimientos serios de la gente. Los que se oponen a los sistemas de valoración contingente para evaluar los servicios medioambientales suelen señalar la ventaja de deducir las preferencias de la gente en un contexto en el que tienen que “poner su dinero donde está su boca.” Creemos que una de las ventajas de nuestro modelo de economía participativa es que cuando los consejos y federaciones de trabajadores y consumidores participan en nuestro procedimiento de planificación saben que van a sufrir las consecuencias de las preferencias que expresan, lo que creemos que confiere un grado adicional de seriedad a sus “deliberaciones democráticas.”

Presuncionismo de mercado: aplaudimos a O’Neill por señalar que Mises, Hayek y sus seguidores equiparan los mercados con el libertarismo por presunción y no por argumento. Mises y Hayek ignoran, en lugar de refutar, las afirmaciones de los socialistas libertarios y los ecologistas sociales. Nosotros defendemos la toma de decisiones económicas autogestionadas, tal y como ellos afirman. Pero señalamos cómo la propiedad privada priva de derechos a los empleados, y los mercados no ofrecen oportunidades adecuadas para comunicar y expresar ciertos tipos de deseos. Los austriacos nunca han respondido a estos argumentos. Pasamos a formular alternativas que promueven los objetivos libertarios de un modo que la empresa privada y los mercados no logran. Proponemos instituciones como los consejos de trabajadores y consumidores y las federaciones. Desarrollamos procedimientos de cooperación equitativa, como la planificación participativa o la coordinación negociada, que están diseñados para dar rienda suelta a los deseos e iniciativas de la gente. Los austriacos no refutan nuestras afirmaciones, salvo para asumir su conclusión al afirmar que sólo cuando las personas interactúan a través de los mercados puede haber una evaluación objetiva de los costes y beneficios sociales.

Modelos de democracia económica: O’Neill advierte que “Hay una tendencia entre los socialistas a pensar en términos de un único modelo de relaciones sociales, y esto es tan cierto para las propuestas de planificación descentralizada como para la planificación centralizada.” Creemos que los críticos del capitalismo han tenido muy poco, y no demasiado, que decir, sobre cómo sería una alternativa deseable al capitalismo. Descubrir cómo cooperar de forma equitativa y eficiente en nuestros esfuerzos económicos no es trivial ni es mejor dejarlo para el último momento. Además, algunos socialistas ya se equivocaron una vez, por lo que la gente sensata tiene todo el derecho a ser escéptica. La clave es no volverse sectario en la discusión, lo que siempre es un peligro y un error. Pero siempre que recordemos que sólo estamos participando en un “prepensamiento” sobre lo que la gente que orquesta una alternativa al capitalismo puede elegir hacer, decimos que hay que dejar que florezcan cien flores en lugar de restringir el pensamiento económico visionario.

Robin Hahnel

Michael Albert

Science & Society, Vol. 66, No. 1, Spring 2002, 157-158

RESPUESTA

Hay muchas cosas en los comentarios de Robin Hahnel y Michael Albert que apoyo y que aclaran los puntos en los que estamos de acuerdo. Me centraré aquí en los desacuerdos, en particular los relativos a la conmensurabilidad y los costes de oportunidad.

Los costes de oportunidad, en el sentido mínimo del término, tienen un papel adecuado en la toma de decisiones. Todas las elecciones implican la renuncia a otras opciones. En consecuencia, el uso eficiente de los recursos escasos importa porque su uso ineficiente disminuye las posibilidades de realizar otros bienes. Por ejemplo, al emplear o renunciar a recursos para llevar a cabo algún proyecto medioambiental, elegimos no sólo los beneficios y las pérdidas identificables de las personas particulares afectadas, sino también las pérdidas de otras personas que podrían haberse beneficiado si, por ejemplo, la educación o la sanidad hubieran contado con esos recursos. Hasta aquí no hay desacuerdo. La cuestión es cómo deben representarse esos “costes de oportunidad”. Y en este caso, las cuestiones de conmensurabilidad no son “sin sentido” ni “pistas falsas.” Si los valores irreduciblemente plurales no pueden ser captados por ninguna medida única, ya sea monetaria o no monetaria, entonces el intento de captar los costes de oportunidad en términos de tales medidas será infructuoso. Ciertas opciones valoradas a las que se podría renunciar estarán mal representadas o no estarán representadas.

¿Cómo se puede abordar el problema de la pérdida de oportunidades una vez que se ha abandonado el supuesto de conmensurabilidad? Una respuesta parcial es el desarrollo de ayudas a la toma de decisiones con criterios múltiples que no dependen de la existencia de una única medida. Éstas pueden ser más transparentes en su declaración de las oportunidades perdidas que una representación en una sola medida y no necesitan intentar lo que en última instancia es un testamento de una declaración completa de tales pérdidas. Pero incluso teniendo en cuenta esta respuesta se necesita alguna explicación de cómo es posible la elección racional cuando se renuncia a la maximización empleando alguna medida única. Aquí me apartaría del relato consecuencialista que ofrecen Albert y Hahnel: “Cuando los seres humanos toman decisiones, lo que inevitablemente se compara son los valores que los seres humanos atribuyen a las consecuencias de esas decisiones.” Las decisiones en una comunidad socialista deben ser más sensibles a los aspectos procedimentales y expresivos de la elección racional de lo que sugiere este marco consecuencialista. La racionalidad procedimental es necesaria como respuesta a la pluralidad de valores y a la inevitable incertidumbre sobre las consecuencias de las acciones. La racionalidad expresiva es necesaria porque las elecciones son en sí mismas formas de expresar actitudes hacia las personas y las cosas y no sólo medios instrumentales para obtener consecuencias valiosas. Por ejemplo, los actos de solidaridad social no suelen basarse en un procedimiento de decisión consecuencialista y, desde ese punto de vista, pueden parecer irracionales. Son racionales como expresiones directas de los vínculos dentro de una comunidad.

Por último, una breve observación sobre el pluralismo y los modelos de socialismo: mi punto de vista no es sólo que se requiere una pluralidad de visiones del socialismo, sino que cualquier modelo particular de socialismo debe permitir en sí mismo instituciones que encarnen una pluralidad de relaciones sociales y valores.

Al Campbell también se opone a mis comentarios sobre la conmensurabilidad. Aunque acepta que no hay ninguna medida que pueda capturar las diferentes dimensiones de valor implicadas en las elecciones, rechaza la existencia de la incomensurabilidad apelando a las “preferencias reveladas”: «A través del acto de elegir una alternativa sobre otra, uno las establece como conmensurables («que tienen una medida común»), ya que ambas tienen la característica de “deseabilidad para el que elige”, y una tiene más deseabilidad. Esto me parece incongruente por dos razones. En primer lugar, un acto de elección no establece por sí mismo la afirmación de que el agente encuentra una alternativa más deseable que otra. Es necesario conocer las razones de la elección (cf. Sen, 1995). En segundo lugar, la “deseabilidad para el que elige” no desempeña ningún papel en la deliberación, sino que se produce después de que ésta haya concluido (cf. Wiggins, 1997, 53-4). No es una métrica de valor en ningún sentido sustantivo. Los otros comentarios críticos de Campbell se refieren a mis críticas a la planificación centralizada. Acepto algunos de sus puntos analíticos, por ejemplo, la distinción entre cuestiones de centralización y democracia. Sin embargo, sigo siendo más escéptico que él sobre las virtudes de la planificación centralizada. No sólo hay límites organizativos en cuanto a los conocimientos que pueden transmitirse a una junta de planificación centralizada, sino también límites epistemológicos. Gran parte de los conocimientos prácticos o tácitos se plasman en el uso y, en principio, no pueden articularse en una forma propositiva que pueda transmitirse a un único organismo. Cualquier mecanismo de coordinación debe permitir a los actores utilizar eficazmente los conocimientos prácticos particulares que poseen. Sin embargo, esto es coherente con la afirmación de que hay decisiones de coordinación a niveles no locales que pueden y deben tomarse en ausencia de un conocimiento completo. Yo añadiría que la división estándar de toma de decisiones centralizada frente a la descentralizada no es en sí misma exhaustiva. Por ejemplo, las unidades físicas, como los ríos, y las unidades funcionales, como la artesanía y la profesión, requieren niveles de autoridad superpuestos que trascienden la división centralizada/descentralizada. El reconocimiento de la centralidad de estas instituciones intermedias es una de las principales virtudes de los modelos asociativos del socialismo.

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