En ciertos aspectos, la situación del marxismo a principios del siglo XXI tiene mucho en común con la de finales del siglo XIX. En ambos casos, el marxismo se enfrenta a un mundo en el que domina el modo de producción capitalista. Durante lo que Hobsbawm llamó el ‘corto siglo XX’, el período de 1914 a 1990, la política mundial se centró en la lucha entre los sistemas económicos capitalista y socialista, y esa situación le dio al marxismo un carácter bastante diferente al de su primer período de 1848-1914. En términos históricos entonces, estamos a unos 17 años del siglo XXI.
En cada época el marxismo ha tenido que enfrentarse a los retos teóricos y políticos del momento. El siglo XIX se abordaron dos problemas principales:
1) La constitución del proletariado como clase y por lo tanto como partido político – (El Manifiesto del Partido Comunista, 1848)
2) La crítica de la economía política burguesa y el establecimiento de una economía política de los trabajadores – (El Capital, 1867)
Ciertas cuestiones fueron solamente tocadas superficialmente en la forma de una futura sociedad comunista (Crítica del Programa Gotha) y la forma política del dominio de la clase obrera (La Guerra Civil en Francia).
Si miramos al siglo XX, vemos que se aborda un conjunto bastante diferente de cuestiones.
¿Cómo se debían difundir las ideas comunistas? (¿Qué hacer?, 1902)
¿Cómo fue que el movimiento comunista llegó al poder? (El Estado y la revolución)
Una vez que la revolución ha tenido lugar, ¿cómo debe reorganizarse la economía? (La Nueva Economía, 1926)
¿Cómo se dieron las revoluciones en las sociedades que aún no eran totalmente capitalistas? (Por qué el Poder Político Rojo puede existir en China, 1928)
Después de la revolución, ¿cómo se combatiría el peligro de la contrarrevolución? (Documentos de la Izquierda de Shangai, 1967)
En retrospectiva, se puede ver que a mediados de la década de los setenta representó la cima de la marea socialista. Mientras que los revolucionarios vietnamitas expulsaban a los Estados Unidos de Saigón y el último imperio colonial de África, el portugués, caía, el fracaso de la revolución cultural en China preparaba el escenario económico para el triunfo o la reacción en los años 80 y 90. Cuando, tras la muerte de Mao, Deng abrió la economía china a la inversión de capital occidental, el equilibrio entre las fuerzas de clase de todo el mundo se alteró. Un inmenso ejército de reserva de mano de obra, disponible para ser contratado con los salarios más bajos, se añadió a la balanza. La posición negociadora del capital en sus luchas con las clases trabajadoras nacionales se fortaleció inmensamente de un país a otro.
Así que hoy nos enfrentamos a una nueva serie de cuestiones. El entorno intelectual/ideológico general es mucho menos favorable al socialismo que en el siglo XX. Ésta no es una mera consecuencia de las contrarrevoluciones que se produjeron a finales del siglo XX, sino que surge de una nueva y más vigorosa reivindicación de los principios clásicos de la economía política burguesa. Esta reafirmación de la economía política burguesa no sólo transformó la política económica en Occidente, sino que también preparó el terreno ideológico para las contrarrevoluciones en el Este.
La preparación teórica para el retorno hacia el libre mercado que ocurrió en los años 80 había sido formulada mucho antes por teóricos económicos de derechas como Hayek y Friedman. Sus ideas, consideradas como extremistas durante los años 50 y 60, ganaron influencia a través de las actividades de proselitismo de organizaciones como el Instituto de Asuntos Económicos y el Instituto Adam Smith. Estos grupos produjeron una serie de libros e informes que defendían soluciones de libre mercado para los problemas económicos contemporáneos. Se ganaron el favor de políticos prominentes como Margaret Thatcher, y a partir de los años 80 se pusieron en práctica. Ella tuvo la oportunidad de hacer esto por una combinación de cambios demográficos a largo plazo y eventos coyunturales de corto plazo. En Gran Bretaña, la mano de obra escaseaba, pero en toda Asia se había vuelto sumamente abundante. Si el capital fuera libre para desplazarse al extranjero en busca de esta abundante oferta de mano de obra, los términos del intercambio entre el trabajo y el capital en el Reino Unido se transformarían. Los trabajadores ya no tendrían una posición de negociación tan fuerte. El factor coyuntural que lo hizo posible fue el superávit del comercio exterior generado por el petróleo del Mar del Norte. Hasta entonces, los trabajadores que fabricaban las exportaciones de manufacturas habían sido esenciales para la supervivencia de la economía nacional. Con el dinero del Mar del Norte, pudo permitirse que el sector industrial se derrumbara sin temer una crisis de la balanza de pagos. El deliberado deterioro de la industria manufacturera redujo la base social de la socialdemocracia y debilitó la voz de los trabajadores, tanto en el plano económico como político.
El éxito de Thatcher al atacar el movimiento obrero en Gran Bretaña alentó a los aspirantes a políticos de clase media en el Este como Klaus (1) y presagió una coyuntura en la que las doctrinas económicas hayekianas se convertirían en la ortodoxia. La doctrina de Thatcher TINA, No Hay Alternativa, (al capitalismo) fue generalmente aceptada.
El dominio teórico de las ideas económicas de libre mercado se había hecho tan fuerte a principios del siglo XXI, que fueron aceptadas tanto por los socialdemócratas y los autoproclamados comunistas, como por Thatcher. En los círculos de elaboración de políticas permanecen sin ser impugnadas hasta el día de hoy. Deben su predominio tanto a los intereses de clase como a su coherencia interna. El proyecto histórico capitalista tomó como documentos fundacionales la Declaración de los Derechos del Hombre y La Riqueza de las Naciones de Adam Smith. En conjunto, estos documentos proporcionaron una visión coherente del futuro de la sociedad burguesa o civil, como un sistema autorregulado de agentes libres que operan en la promoción de sus intereses privados. Dos siglos después, ante el reto del comunismo y la socialdemocracia, los representantes más perspicaces de la burguesía volvieron a sus raíces, ratificaron el Manifiesto Capitalista original y lo aplicaron a las condiciones actuales. El movimiento obrero, en cambio, no contaba con una narrativa social tan coherente. La economía de Keynes sólo había abordado cuestiones técnicas de la política monetaria y fiscal del estado y no aspiraba a la coherencia moral y filosófica de Smith.
Los factores económicos y demográficos externos que en un principio favorecieron el giro hacia el mercado se están debilitando gradualmente. Dentro de los próximos 20 años las vastas reservas de mano de obra de China habrán sido en gran medida absorbidas por la producción capitalista de mercancías. Globalmente estamos volviendo a la situación que Europa Occidental había alcanzado hace un siglo: una economía capitalista mundial madura en la que la mano de obra sigue siendo altamente explotada pero está empezando a convertirse en un recurso escaso. Estas fueron las condiciones que construyeron la cohesión social de la socialdemocracia clásica, las condiciones que dieron origen a la IWW (Industrial Workers of the World) y luego a la CIO (Congress of Industrial Organizations) en América, y que condujeron a la fortaleza de los partidos comunistas en los países de Europa Occidental como Francia, Italia y Grecia después de 1945. Vemos en América del Sur este proceso en marcha hoy en día.
Estas circunstancias le dieron al marxismo del siglo XXI un nuevo proyecto histórico: contrarrestar y criticar las teorías del liberalismo de mercado con la misma eficacia con la que Marx criticó a los economistas capitalistas de su época.
El proyecto histórico de las clases trabajadoras mundiales sólo puede tener éxito si promulga su propia economía política, su propia teoría del futuro de la sociedad. Esta nueva economía política debe ser tan coherente moralmente como la de Smith, y debe conducir a propuestas políticas económicamente coherentes, que si se promulgan abrirían el camino a una nueva civilización postcapitalista, del mismo modo en que las de Smith abrieron el camino a la civilización postfeudal.
El marxismo del siglo XXI ya no puede dejar de lado los detalles de cómo se debe organizar la economía no-de-mercado del futuro. En el tiempo de Marx esto era admisible, ahora no. No podemos fingir que el siglo XX nunca tuvo lugar, o que no nos enseñó nada sobre el socialismo. En esta tarea, los marxistas críticos de occidente del siglo XX como Cliff, Bettleheim o Bordiga sólo nos llevarán hasta cierto punto. Aunque podían señalar las debilidades del socialismo existente hasta entonces, lo hicieron comparándolo con un estándar ideal de lo que estos escritores pensaban que una sociedad socialista debía lograr. En retrospectiva veremos que estas tendencias de pensamiento fueron producto de las circunstancias especiales de la guerra fría, un intento de alcanzar una posición de autonomía ideológica ‘ni Moscú ni Washington’, más que una contribución programática al marxismo. Ese mismo desapego psicológico que buscaban esos escritores, al desviar de sus propias mentes las calumnias dirigidas a la URSS, les impidió comprometerse positivamente con los problemas que enfrentaba el socialismo históricamente existente. Sólo si uno mismo se plantea enfrentarse a tales problemas, podrá encontrar respuestas prácticas:
«No es el crítico quien cuenta; ni aquél que señala cómo el hombre fuerte se tambalea, o dónde el autor de los hechos podría haberlo hecho mejor. El reconocimiento pertenece al hombre que está en la arena, con el rostro desfigurado por el polvo y el sudor y la sangre; quien se esfuerza valientemente; quien falla, quien da un traspié tras otro, pues no hay esfuerzo sin error ni fallo; pero quien realmente se empeña en lograr su cometido; quien conoce grandes entusiasmos, las grandes devociones; quien se consagra a una causa digna; quien en el mejor de los casos encuentra al final el triunfo inherente al logro grandioso, y quien en el peor de los casos, si fracasa, al menos fracasa atreviéndose en grande, de manera que su lugar jamás estará entre aquellas almas frías y tímidas que no conocen ni la victoria ni la derrota.» (Citizenship in a Republic, Roosevelt)
En cambio, debemos recuperar y celebrar los avances en la economía política marxista que surgieron de la experiencia rusa: el método de balances materiales utilizado en la preparación de los planes quinquenales y sistematizado como análisis Input-Output por Leontief; el método de programación lineal iniciado por Kantorovich; los diarios de tiempo de trabajo de Strumlin.
En el siglo XIX El Capital de Marx fue una crítica de la economía política en que se basaba el liberalismo británico. Los marxistas del siglo XXI deben realizar una crítica de la economía política neoliberal comparable en rigor y profundidad moral a la crítica de Marx del siglo XIX. En particular, debemos comprometernos con las ideas de la escuela austriaca: Böhm Bawerk, Mises, Hayek, cuyas ideas constituyen ahora la piedra angular de la reacción, y derrotarlas. El marxismo soviético se sintió lo suficientemente fuerte como para ignorarlo, y la respuesta en Occidente vino en su mayoría de socialistas no marxistas como Lange y Dickinson. Si vamos a reconstituir el socialismo como el sentido común del siglo XXI (como ya lo fue a mediados del siglo XX), estas son entonces las ideas que deben ser combatidas.
Al atacarlas no debemos dudar en aprovechar los avances de otras ciencias: mecánica estadística, teoría de la información, teoría de la computación. Y, para restablecer el Socialismo Científico debe haber una ruptura definitiva con el método filosófico especulativo de buena parte del marxismo occidental. Tenemos que tratar la economía política y la teoría de la revolución social como cualquier otra ciencia.
Debemos formular hipótesis comprobables, que luego contrastaremos con datos empíricos. Cuando los resultados empíricos difieren de lo que esperábamos, debemos modificar y volver a probar nuestras teorías.
Para comprender esta nueva forma de ciencia marxista, consideremos el debate sobre el llamado «problema de la transformación». En el siglo XX hubo una enorme e innecesaria literatura que intentaba refutar la crítica de Böhm Bawerk a la teoría de Marx sobre los precios de producción. El resultado neto de este debate sólo sirvió para desviar la atención sobre la teoría del valor del trabajo y el análisis de la explotación de Marx. El eventual avance, en la década de 1980, contra esta crítica austriaca del marxismo vino de dos lógicos matemáticos Farjoun y Machover. Su trabajo Laws of Chaos, fue para mí la contribución más original a la teoría marxista de finales del siglo XX. Utilizaron métodos derivados de la mecánica estadística para mostrar que la suposición de una tasa de ganancia uniforme, compartida por Marx y Böhm Bawerk, era errónea, y que en realidad opera la teoría clásica del valor (El Capital Vol. I). Esto fue confirmado por las investigaciones empíricas de Shaikh y otros.
Esta voluntad de aprender de otras ciencias y utilizarlas en la lucha contra la ideología reinante se puede ver en el trabajo de Peters que puso en juego las ideas del pionero informático Zuse para validar la posibilidad de la planificación socialista racional. Vemos de nuevo en Peters, lo que fue evidente en Shaikh y Machover, una reafirmación de la importancia para el marxismo de la teoría del valor trabajo. Mientras que para Shaikh y Machover su papel es causal para explicar la dinámica real del capitalismo. Para Peters se convierte tanto en un principio moral como en un concepto organizativo para el socialismo del futuro.
Los avances teóricos a los que me refiero, ocurrieron cuando el siglo XX dio paso al XXI. Vladimir Lenin decía: «Sin teoría revolucionaria no puede haber movimiento revolucionario.» Esto es tan cierto hoy como en 1902. A finales del siglo XX hemos llegado a carecer de tal teoría. La idea de Thatcher de que «no hay alternativa», sólo parecía creíble porque carecíamos de una economía política revolucionaria, que no sólo interpretara el mundo sino que explicara cómo cambiarlo, cómo construir un mundo diferente.
El marxismo del siglo XXI está iniciando el camino para construir esa economía política revolucionaria. Aceleremos su realización para que cuando la próxima gran crisis de reestructuración golpee a la economía mundial capitalista estemos en condiciones de equipar a los movimientos progresistas con las ideas que necesitan para prevalecer.
(1) Václav Klaus, político liberal checo partidario del libre mercado (NdT).