Original en inglés: After History. Foto: Helado Plombir (ПЛОМБИР МОРОЖЕНО) siendo manufacturado.
El helado soviético fue venerado por su sabor rico y cremoso, y por sus ingredientes sencillos y de alta calidad, convirtiéndose en símbolo de la alegría cotidiana bajo el socialismo. Décadas después del colapso de la URSS, el atractivo popular del helado soviético ha sobrevivido mucho más allá del propio Estado socialista; hoy en día, personas de todo el antiguo mundo soviético disfrutan de estos dulces impregnados de nostalgia. Actualmente, “en los puestos de helados del moderno Parque Gorky de Moscú se venden los tradicionales stakanchiks envueltos en papel de estilo soviético por 80 rublos,” evocando el reconfortante dulzor de un tiempo pasado, aunque el envoltorio oculte la cruda realidad capitalista de su producción.1 El “helado soviético” ya no lo fabrica ni distribuye un gigantesco Estado de bienestar socialista, sino empresas corporativas, como 48 Kopeyek, subsidiaria del conglomerado global Nestlé. Esta paradójica situación probablemente haría que el padre del helado soviético, Anastas Mikoyan, se revolviera en su tumba.
La perdurable popularidad del helado soviético ha resultado ser un tema polémico para algunos, aunque no necesariamente por las contradicciones ya mencionadas. Ciertos comentaristas han criticado su estatus de culto en la era postsoviética como una tendencia inquietante, que revelaría una simpatía más amplia hacia lo que consideran un sistema totalitario opresivo. Un bloguero, al comentar el sentimentalismo en torno al helado soviético, compara la nostalgia por la URSS con el lema de Trump “Make America Great Again”: una idealización nacionalista que blanquea una historia oscura y desigual que debería quedar atrás.2 Sin embargo, descartar la nostalgia soviética como simple romanticismo ingenuo, o como un anhelo velado de autoritarismo, no capta los matices de la memoria, la identidad y la realidad cotidiana soviética.
Las encuestas en los antiguos Estados soviéticos muestran que grandes segmentos de la población evalúan positivamente la experiencia soviética.3 Esto no se limita a Rusia; de hecho, es frecuente en la periferia de la antigua Unión, en regiones que usualmente se caracterizan como víctimas colonizadas.4 Si bien sería difícil encontrar a muchos argelinos nostálgicos del régimen colonial francés, los ciudadanos de Kazajistán, Kirguistán y Uzbekistán, en su mayoría musulmanes, recuerdan la URSS de forma positiva en contraste con sus actuales regímenes, resaltando mayor capacidad estatal de respuesta y mejores salvaguardas de derechos para las minorías.5 Aunque la historia soviética está marcada por episodios de violencia y represión severa, llama la atención que quienes vivieron esa época la recuerdan con mucha mayor complejidad que la que retratan los observadores occidentales, cuyas perspectivas se ven influidas por una imaginación de la Guerra Fría que reduce la URSS a un escenario de terror y persecución constantes. En 1978, el historiador E. H. Carr advertía que centrarse únicamente en el “costo en sufrimiento humano, en los crímenes cometidos en nombre de la Revolución,” podía llevarnos “a olvidar por completo sus enormes logros.”6 Carr señalaba que la transformación social emprendida era imposible de ignorar:
“¿Quién antes de 1917 podía predecir semejante cambio? Pero aún más: la transformación desde 1917 en la vida de la gente común, pasando de un país cuya población era en más de un 80% campesina analfabeta o semianalfabeta, a una nación más de un 60% urbana, totalmente alfabetizada y con cultura urbana creciente. La mayoría de los miembros de esa sociedad son nietos de campesinos y bisnietos de siervos. No pueden dejar de ser conscientes de lo que la Revolución ha hecho por ellos.”7
En este sentido, la nostalgia soviética representa lo opuesto a “Make America Great Again”: para muchos ex ciudadanos soviéticos de Asia Central, la nostalgia refleja el anhelo de una sociedad más igualitaria, donde el Estado intervenía activamente para satisfacer las necesidades ciudadanas. En una era de desigualdad creciente y austeridad, los gobiernos de hoy han cedido crecientemente su responsabilidad social a agentes de mercado movidos por intereses propios. La nostalgia puede adoptar formas interesantes; por ejemplo, se tiende a confundir la nostalgia por Stalin con Putinismo y fantasías imperialistas rusas, pero el historiador James Ryan ha documentado cómo, en años recientes, la nostalgia por Stalin funciona a menudo como crítica a Putin, visto como símbolo de la corrupción capitalista en contraste con el paternalismo socialista del Estado bajo Stalin.8 En la Rusia contemporánea, Stalin perdura como símbolo de protesta por la justicia económica.9 Si bien se pueden debatir los méritos de esa representación hagiográfica, el Estado de bienestar soviético fue indudablemente más robusto y abarcador que lo que vino después.
El helado soviético ejemplifica la lucha de la URSS por demostrar la promesa del socialismo a través de la producción y distribución de bienes de consumo. Mikoyan, el ministro de alimentación de la URSS, era un mecenas personal del helado y supervisaba su producción en masa y su promoción como símbolo de la abundancia socialista y el progreso tecnológico:
Como declaró [Mikoian] en un discurso de enero de 1936: «Soy un gran defensor de la producción de helado. Algunos camaradas siguen creyendo que el helado es solo un capricho infantil y no sirve para los adultos». […] Es necesario ampliar la producción de helado al máximo. Estoy abogando por el helado, porque es un alimento delicioso y nutritivo. Mikoian destinó recursos a la construcción de plantas mecanizadas de helado e inició la distribución masiva de helado en toda la URSS. La producción industrial soviética de helado aumentó de tan solo 20 toneladas en 1932 a más de 46 000 toneladas en 1938.10
Creían que la economía socialista de planificación centralizada podía brindar una vida plena a todos los ciudadanos, y esto, en parte, implicaba una buena alimentación. Durante un tiempo, los soviéticos buscaron construir una modernidad de consumo alternativa basada en su ética socialista igualitaria. Hoy en día, el helado al estilo soviético no es solo un capricho, sino un recuerdo del pasado socialista.
La cultura alimentaria socialista
Sería justo decir que el estado soviético tenía una obsesión casi total con el helado. Su compromiso con este producto de consumo en particular se priorizaba sobre otros artículos aparentemente más importantes, como alimentos básicos como los cereales y los tubérculos. Los líderes se comprometieron a demostrar a su población que podían ofrecer delicias exquisitas de alta calidad a todos sus ciudadanos. La razón de esto está profundamente arraigada en la tradición revolucionaria bolchevique. La historiadora agrícola Jenny Leigh Smith escribe:
“Si bien los helados y los sorbetes de frutas eran delicias populares del verano entre las clases altas rusas durante la época imperial, el recién empoderado régimen soviético que dirigió el país después de la Revolución rusa de 1917 introdujo el helado a las masas” 11
La democratización del acceso al helado cumplió una función legitimadora para el naciente Estado soviético, diferenciándolo del régimen anterior, que podía retratarse como reacio y tecnológicamente incapaz de ofrecer postres de alta calidad para todos. En la imaginación bolchevique, la promesa del progreso socialista implicaba necesariamente la creación de una economía que satisficiera las necesidades de la gente común. Si bien los dulces congelados pueden parecer un tema trivial en el contexto de la rápida transformación económica y las percibidas amenazas geopolíticas existenciales, son, en última instancia, inseparables de estos fenómenos globales más amplios. Un orden social aparentemente radicalmente nuevo que no cambiara realmente las prácticas cotidianas de la vida, incluidos los patrones de consumo, habría corrido el riesgo de parecer vacío ante los mismos ciudadanos cuya lealtad buscaba asegurar. Desde la perspectiva del trabajador común, si los estados capitalistas podían satisfacer las necesidades de los ciudadanos mejor que su alternativa socialista, ¿qué sentido tenía el socialismo? Las realidades cotidianas del consumo se convirtieron en una medida tangible de la credibilidad del socialismo para quienes se encargaron de construirlo y, quizás más que eso, en un pequeño alivio para una población que había soportado un sufrimiento inimaginable en medio de una brutal guerra civil y una revolución. Era lógico que el recién adquirido poderío industrial de la URSS se utilizara para producir bienes que elevaran el espíritu del pueblo soviético.
Sin embargo, la producción y distribución de helados se enfrentó a serios obstáculos, incluyendo contradicciones dentro de la concepción soviética de la comida y el consumo socialistas. En los primeros períodos revolucionario y estalinista, los soviéticos condenaron la cocina privada como sello distintivo del hogar burgués y presentaron los comedores colectivos, como cafeterías y cocinas comunales, como una alternativa propiamente socialista. Esta postura se basaba principalmente en una visión centrada en el trabajo del progreso social de las mujeres, así como en el impulso utópico más amplio de transformación social inherente a la política bolchevique. Los activistas soviéticos enfatizaron cómo la cocina burguesa relegaba a las mujeres a la «esclavitud culinaria» y a la dependencia de sus maridos. Harshman escribe:
Estas activistas propusieron una solución al aspecto de la cocina en la «cuestión de la mujer»: reducir la carga del trabajo doméstico sobre las mujeres, tanto en términos de tiempo como de aislamiento, mediante la comunalización planificada. Al comunalizar las cocinas, argumentaron que podrían acabar con el aislamiento de aquellas mujeres que supuestamente no conocían otra vida fuera de la cocina. Algunas pretendían ir aún más allá mediante la profesionalización de la preparación de alimentos, convirtiendo el trabajo en un puesto asalariado. Bajo estos planes de profesionalización, las mujeres serían contratadas esencialmente para realizar el trabajo que ya realizaban. Donde el capitalismo había devaluado el trabajo doméstico, argumentó Kollontai, la profesionalización revertiría este curso y daría importancia al trabajo de las mujeres. «¡No habrá «esclavitud» doméstica de las mujeres trabajadoras!», escribió Kollontai. «Las mujeres bajo un estado comunista no dependerán de sus maridos, sino de la fuerza de su propio trabajo». 12
La URSS cultivó activamente una nueva cultura alimentaria centrada en el consumo público y en comer en espacios profesionalizados. Este marco ideológico resultó ser un obstáculo que inicialmente limitó el éxito de la industria heladera, ya que el Estado tenía objeciones ideológicas al llamado helado «personal», que incluía la venta de barras y conos envasados individualmente, y prefería que la golosina se distribuyera en entornos comunitarios.13
A pesar de la resistencia del Estado estalinista al llamado consumo alimentario «personal», dio pasos importantes para sentar las bases del auge de la industria heladera. A medida que el Estado soviético comenzaba a estabilizarse en la era post-NEP de Stalin, comenzó a surgir un mercado creciente de bienes de consumo. Normalmente, se asocia la distribución de alimentos en la URSS con interminables colas para obtener cantidades escasas de comida. Si bien el sistema alimentario soviético estaba plagado de largas colas y escasez, lo que es menos conocido es que el Estado también ejerció su capacidad industrial para garantizar que los bienes de consumo asociados con la antigua clase dominante estuvieran ahora disponibles a precios asequibles para sus trabajadores. Deseosa de demostrar los méritos de la floreciente economía socialista, la infame cola soviética ofrecía una gama de productos de lujo impensables tan solo una década antes. El Estado experimentó con ingredientes asequibles para recrear versiones en masa de exquisiteces que antes solo eran accesibles para la élite social. El historiador Jukka Gronow describe la naturaleza de este mercado de bienes de consumo de lujo:
El mensaje que transmitían estos bienes era claro: ahora el trabajador soviético común tenía acceso a un nivel de vida que antes estaba restringido a los miembros de la nobleza o la burguesía adinerada… Los lujos comunes —o incluso podríamos hablar de lujos plebeyos— debían ser parte esencial de la vida cotidiana del pueblo soviético. Dichos lujos formaban parte de numerosas fiestas y celebraciones públicas y personales, incluyendo los carnavales que se describen más adelante en este capítulo, típicos de la vida soviética. El champán, el coñac, el caviar, el chocolate y el perfume formaban parte de esta nueva cultura del lujo. Todos estos bienes poseen un cierto placer sensual, destinado a ser disfrutado al beber, comer u oler. 14
Lo que resulta particularmente sorprendente es que «muchos trabajadores asalariados que vivían en sociedades capitalistas altamente desarrolladas de la década de 1930 apenas podían permitirse los lujos que sí podían permitirse sus homólogos soviéticos».15 Debido a sus filas, escasez e ineficiencias —todas muy reales—, la economía soviética suele caracterizarse como categóricamente inferior a la estadounidense, incluso a pesar de las dificultades contemporáneas de esta última, incluyendo las terribles privaciones de la Gran Depresión. Sin embargo, como señala Gronow, la URSS logró cosas que su homóloga estadounidense no pudo, brindando una forma de lujo populista a sus masas. El Estado soviético buscó, y durante un tiempo lo logró, crear un nuevo tipo de orden social, con un modelo económico y una ética cultural distintivos.
Fabricando el helado soviético
Si bien los ciudadanos soviéticos podían disfrutar del coñac y el caviar en la década de 1930 cuando estaban disponibles, el helado aún no tenía el mismo alcance. Esto no se debía solo a las objeciones ideológicas a las golosinas «personales» envueltas individualmente, sino también a las duras limitaciones tecnológicas, como los métodos de congelación inadecuados y la falta de material de envasado. Las visiones del lujo socialista se vieron aún más frustradas por el inicio de la Segunda Guerra Mundial, que devastó la economía y agotó los recursos, afectando especialmente a la industria láctea.16 Gran parte de las tierras de cultivo y el ganado más productivos fueron ocupadas por las fuerzas alemanas, y millones de cabezas de ganado perecieron en las caóticas condiciones de la guerra, lo que provocó un desplome de la producción de leche. Tal como vimos tras la revolución, en la era posterior a la Segunda Guerra Mundial, el estado soviético volvió a apelar a la demanda del consumidor para mejorar la moral de su población. La vieja ideología de los comedores públicos y comunitarios era vista ahora como un factor limitante en el desarrollo del consumismo soviético, ya que el liderazgo post-estalinista veía el mercado de consumo estadounidense no meramente como un bastión del exceso occidental y la decadencia burguesa, sino como un modelo que podía aprenderse con cautela del contexto socialista y adaptarse a él.17
Se volvió algo concebible que la familia soviética tuviera su propia cocina con electrodomésticos, muebles y diversos bienes personales. El consumo socialista, antes expresado mediante la indulgencia colectiva en espacios públicos, pasó a definirse por el acceso igualitario y asequible a las comodidades de la vida doméstica privada, siendo la cocina un símbolo de progreso material y del compromiso del Estado con la mejora del nivel de vida. A pesar de la transición desde una concepción del consumo más utópica, y posiblemente más socialista, los líderes soviéticos creían firmemente que la fuerza misma de la economía de planificación centralizada era la que podía proporcionar bienes equitativos y accesibles para cada vivienda. A medida que los estados capitalistas occidentales veían avances en la abundancia de consumo y el desarrollo tecnológico, los espacios comunes, estrechos y superpoblados, debieron parecer radicalmente retrógrados en comparación. Jruschov lideró con fama lo que fue «quizás el programa gubernamental de vivienda más ambicioso de la historia de la humanidad», con el objetivo de proporcionar a millones de familias soviéticas apartamentos estandarizados y económicos, equipados con espacios privados y cocinas.18 El proyecto fue un logro notable y un testimonio de las fortalezas de la economía planificada soviética. Si bien su propósito principal era abordar la crisis de vivienda tras la devastación de la guerra, también tuvo el efecto secundario de reestructurar las normas domésticas y rehabilitar lo «privado».
La normalización del consumismo privado fue un ingrediente clave en el auge del helado soviético, aunque el Estado aún tuvo que superar barreras organizativas, de recursos y tecnológicas. Producir y distribuir este dulce sensible a la temperatura en todo el vasto país resultó inicialmente un desafío formidable dentro de un sistema económico ya limitado por recursos limitados y complicaciones logísticas. Smith explica:
El azúcar, la leche y la crema escaseaban hasta bien entrada la década de 1950. ¿Cómo pudo el Estado poner el helado a disposición de sus ciudadanos si estos ingredientes básicos no lo eran? La primera respuesta a esta pregunta requiere comprender cómo las redes socialistas de recolección de alimentos se diferenciaban de sus contrapartes capitalistas. Si bien era difícil para los consumidores privados acceder a los escasos alimentos, para el Estado era mucho más fácil hacerlo. Una segunda parte de la respuesta reside en el ámbito de la distribución de alimentos y las tecnologías de procesamiento. Muchos alimentos procesados (aunque inicialmente no los helados) tenían ventajas de distribución sobre los productos frescos porque eran más estables y soportaban mejor los abusos del transporte y las incertidumbres de los ciclos de producción socialistas de auge y caída. Para la industria alimentaria soviética era más fácil e ideológicamente más deseable crear alimentos procesados que distribuir ingredientes frescos de alta calidad.19
Los planificadores centrales defendieron los alimentos procesados como una innovación fundamental en las ciencias de la alimentación, ejemplificando el fervor tecnocrático del proyecto de modernización soviético. Esta exitosa aplicación de los principios científicos a la organización de los sistemas alimentarios también impulsó las ambiciones políticas más amplias del Estado de racionalizar aspectos de la vida cotidiana. En el caso de los lácteos, los planificadores alimentarios dependían de la leche deshidratada y condensada, que podía consumirse durante todo el año. En un sistema con cadenas de suministro largas y poco fiables, la limitada vida útil de los productos perecederos a menudo provocaba escasez, y esta escasez se convirtió en un problema que se autoperpetuaba y fomentaba el acaparamiento por parte de los consumidores. Así, los ciclos de auge y caída, a menudo típicos de la producción socialista, se evitaron mediante el procesamiento de alimentos.20 Estos avances en la ciencia de los alimentos también resultaron invaluables porque la URSS no contó con una tecnología de refrigeración fiable y consistente hasta la década de 1970, y «las vacas daban la mayor parte de su leche en verano, cuando más necesitaba refrigeración».21 La estable vida útil de los productos lácteos deshidratados, condensados y en polvo fue un ingrediente clave para mantener la eventual abundancia de helado soviético en el mercado de consumo.
El suministro de azúcar también resultó ser un problema insoluble. Los agentes distribuidores intentaron inicialmente proporcionar azúcar durante todo el año, pero esto resultó ser una carga, ya que el Estado no tenía acceso al azúcar de la misma manera que países como el Reino Unido y los Estados Unidos, que mantenían colonias o territorios productores de azúcar.22 Dado que la caña de azúcar no se cultivaba en la URSS debido al clima de la región, los soviéticos tuvieron que comerciar con aliados lejanos para obtener el ingrediente o invertir en la producción de azúcar de remolacha, que «producía un producto menos dulce y más costoso de refinar».23 Dadas estas limitaciones, los planificadores alimentarios soviéticos optaron por renunciar al acceso diario al azúcar sin refinar para la compra individual del consumidor y utilizaron la capacidad industrial del Estado para producir en masa productos procesados azucarados, ya que la economía central podía entonces ejercer un mejor control directo sobre el uso y el suministro de azúcar. El procesamiento de alimentos, junto con las nuevas innovaciones tecnológicas en la producción y almacenamiento de alimentos, cambiaron el panorama culinario de la URSS.24
Poder soviético más refrigeración
La tecnología soviética era famosa por la simple ingeniería inversa de las invenciones estadounidenses y occidentales, pero Smith señala que la tecnología de refrigeración fue una notable excepción, ya que «la investigación y el desarrollo de la Unión Soviética en tecnología de frío mostraron una impresionante creatividad y adaptabilidad».25
La rápida expansión de la producción de hielo seco, consecuencia de la Segunda Guerra Mundial, se volvió crucial para el desarrollo de la industria del helado. Si bien existían algunas fábricas de hielo seco antes de la guerra, su producción se expandió como una solución práctica para la refrigeración industrial, ya que los congeladores municipales y las cámaras frigoríficas industriales para carne eran costosos, propensos a averías y vulnerables a los cortes de energía.
No fue hasta 1955 que los planificadores reconocieron plenamente el potencial del hielo seco para reducir la dependencia de congeladores poco fiables. Los intentos anteriores de utilizar vagones de ferrocarril refrigerados con hielo seco fracasaron en gran medida debido a la irregularidad de los horarios de envío y a la lejanía de las fábricas de las estaciones de tren. Surgió una solución más eficaz: los carros de mano aislados refrigerados con hielo seco. Estos carritos se utilizaban para la distribución y venta directa de carne, leche y helados, y los vendedores seguían estrictas normas de higiene. Para la década de 1960, la «señora del carrito», con sus icónicas batas de laboratorio y pañuelos blancos en la cabeza, se había convertido en una figura muy querida en las ciudades soviéticas.26
Antes del auge de la industria del helado, las ventas directas de productores a consumidores eran poco comunes en la Unión Soviética. La mayoría de los productos, incluso productos básicos como el pan, pasaban por múltiples eslabones antes de llegar a los compradores. El sistema de carritos, de baja tecnología pero innovador, refrigerado con hielo seco, eludió la infame cola de la comida, entregando los productos directamente a los consumidores en la calle, el parque u otros espacios públicos. Irónicamente, la transición de Jruschov del consumo comunitario de alimentos a la rehabilitación de la alimentación privada y personal terminó recreando la condición del consumo comunitario y público de helado, que se convirtió en un venerado ritual soviético:
Comer helado en las calles y parques de las ciudades soviéticas junto a amigos, vecinos y familiares se convirtió en un ritual público típicamente soviético, que hoy se recuerda con nostalgia y orgullo. El estatus del helado como producto social y público trascendió su identidad como postre. El helado se convirtió en algo más que un postre; también era una forma para los consumidores soviéticos de participar en un rito público placentero y socialmente gratificante. La Unión Soviética no fue el único lugar del mundo donde el helado se convirtió en un elemento central simbólico de la distribución centralizada de alimentos.27
La refrigeración soviética se mantuvo relativamente rudimentaria hasta la década de 1970; los congeladores domésticos estaban plagados de problemas y defectos, lo que los hacía poco fiables y, en consecuencia, un lugar inadecuado para almacenar helado, lo que significaba que este postre congelado se consumía principalmente al aire libre. Sin embargo, el estado mediocre de la refrigeración soviética no significaba que estuvieran tecnológicamente atrasados en un sentido más general. Sus puntos fuertes residían en otras áreas, revolucionando la maquinaria para helados con el Eskimo-Generator de 1959. «El helado gozó del apoyo incondicional de las autoridades centrales y se convirtió en una de las delicias más populares en la Unión Soviética», en gran parte gracias a la innovación tecnológica que permitió la producción semiautomatizada en masa de helado.28 Smith escribe:
La tecnología de congeladores domésticos de la Unión Soviética puede que dejara algo que desear, pero sus equipos de investigación y desarrollo construyeron equipos industriales de última generación para la fabricación de helados… La invención del Eskimo-Generator en 1959 acercó a la industria heladera de la Unión Soviética a su ideal de automatización total. Como su nombre lo indica, el Eskimo-Generator elaboraba paletas heladas cubiertas de chocolate, conocidas comúnmente como Eskimo pies en Norteamérica (una marca registrada de Russell Stover hasta 1999) o simplemente como Eskimo en la Unión Soviética, que no reconocía marcas internacionales. Si bien la Unión Soviética ya había perfeccionado barras y conos de helado semiautomatizados que requerían una mínima manipulación humana, el Eskimo fue la primera barra de helado totalmente automatizada, y debido a esto, tanto como a su atractivo o a su fabricación económica, se convirtió en uno de los productos estrella de la industria heladera soviética.29
Los sueños de automatización total y racionalización de la sociedad eran parte integral del imaginario bolchevique desde antes de la revolución. El destacado bolchevique Alexander Bogdanov describió su visión utópica de una sociedad marciana comunista en su novela de ciencia ficción de 1908, Estrella roja, que presentaba fábricas marcianas completamente automatizadas, con cada aspecto de la producción meticulosamente administrado, utilizando sistemas automatizados para monitorear y ajustar el suministro, las asignaciones de mano de obra y la producción con precisión afinada.30 Estas aspiraciones utópicas no eran poco comunes en el pensamiento soviético, y alcanzaron su expresión más radical en la obra del teórico del instituto laboral Aleksei Gastev, quien imaginó la mecanización de la sociedad misma: un mundo gobernado por máquinas, donde los ritmos de los trabajadores estaban sincronizados con los tempos industriales y “el maquinismo y la fuerza de la conciencia humana [se] fusionarían en una soldadura irrompible”. 31
Una máquina de helados automatizada era claramente menos emocionante en comparación con estas ambiciones, pero aun así reflejaba el mismo impulso utópico. Es fácil ver cómo los esquimales se convirtieron en motivo de orgullo para una cultura que celebraba la eficiencia mecanizada. Si bien la economía soviética es famosa por su limitada oferta de opciones para el consumidor, Ice Cream resultó ser una notable excepción, ofreciendo una amplia variedad de sabores, «como ‘Primavera’, con sabor a savia de abedul y miel; ‘Frutos rojos’, una emulsión tipo sorbete de grosellas, frambuesas y grosellas espinosas (que variaba según la temporada); y ‘Norte’, que incluía piñones siberianos tostados». 32
Los planificadores alimentarios también vieron la popularidad del helado como una oportunidad para promover otros hábitos socialmente útiles, como una vida sana y nutritiva, lanzando la desaconsejada serie de helados vegetales, con sabores como remolacha, zanahoria y tomate. Baste decir que esta empresa no tuvo éxito y tuvo ventas limitadas.33 Sin embargo, incluso errores como este revelan la naturaleza utilitaria de la ideología soviética, que consideraba incluso un postre helado como una forma de optimizar al ciudadano socialista. El helado en sí mismo se consideraba un capricho generalmente saludable porque su alto contenido en grasa se consideraba beneficioso en un contexto donde la escasez de alimentos era común. A partir de ahí, no parecía descabellado enriquecer los alimentos con mayor contenido vegetal para maximizar su beneficio nutricional. Smith escribe:
Las cualidades engordantes que hicieron del helado un alimento saludable en una economía de escasez con acceso limitado a grasas y calorías fueron las mismas características que lo han convertido en un alimento de lujo poco saludable en países como Estados Unidos, cuyos ciudadanos consumen crónicamente en exceso grasas, azúcar, productos lácteos y otros dulces.34
De hecho, no debe subestimarse la dimensión de la salud. Varios de los primeros escritores gastronómicos soviéticos adoptaron una forma de «asceta culinaria» al «[descuidar] los placeres estéticos de la cocina en favor de los aspectos médicos y sociales de la comida y la alimentación». 35 Mikoyon promovió deliberadamente el helado, en parte, basándose en sus supuestos beneficios para la salud. Oushakine señala, desde la perspectiva de los planificadores soviéticos, que «al consumir bienes materiales y espirituales, el trabajador recupera sus fuerzas humanas y desarrolla nuevas habilidades, preparándose así para volver a la producción». 36 En este caso, el consumo adquirió un carácter moral y pedagógico, moldeando al sujeto socialista a través de una interacción decidida con los bienes de consumo. Así, el helado, y otros productos de bajo coste y alta gama, tenían una cualidad restauradora, revitalizando al ciudadano soviético para el proyecto más amplio de la construcción socialista.
La diferencia entre el consumismo soviético y el occidental se acentuaba por la forma en que se realizaba la publicidad en las respectivas economías. En el Occidente capitalista, las empresas competían entre sí por la clientela, apelando a los deseos del consumidor y moldeándolos mediante representaciones engañosamente idealizadas de sus productos. Por otro lado, los diferentes departamentos soviéticos no competían significativamente entre sí. Los precios ya los fijaban los planificadores centrales, y el helado se vendía al mismo precio en toda la URSS. De hecho, la publicidad soviética se basaba principalmente en hechos, mostrando nuevos productos y compartiendo información como los precios, que eran precisos, «a diferencia de sus homólogos en los países capitalistas».37 Smith argumenta que, para los planificadores alimentarios soviéticos, la publicidad no pretendía indicar a los consumidores qué debían comprar, sino informar a los ciudadanos sobre lo que «los productores consideraban más útil producir».38
Estas facetas del consumo soviético suelen pasarse por alto en la crítica histórica, que tiende a evaluar la economía planificada en términos muy binarios. Oushakine señala cómo la narrativa hegemónica de la “escasez” y la “falta de recursos” soviéticas, que evoca escenas terribles de familias hambrientas haciendo fila, se ha convertido en un poderoso tropo cultural que ha eclipsado la red de procesos, prácticas y conceptos que realmente constituían la compleja realidad de la economía soviética.39 Esta representación del sistema soviético como pura privación es una simplificación vulgar de un vasto e intrincado sistema económico que sostuvo a una nación que, en ese momento, había experimentado la modernización más rápida de la historia, había establecido un sólido estado de bienestar de una escala sin precedentes y había permitido a los soviéticos una histórica victoria militar contra una nación enemiga mucho más desarrollada. En palabras del historiador Geoffrey Roberts, el estado estalinista “era un régimen que tenía un grado significativo de apoyo popular y era capaz de evocar un gran entusiasmo público”.40 Esto no pretende minimizar las deficiencias estructurales muy reales de la economía soviética, sino contrastar el paradigma políticamente cargado de la escasez interminable con las ambigüedades y tensiones reales de la historia; Es en medio de estas contradicciones que la verdadera Unión Soviética se hace legible en todo su desorden.
La dictadura sobre las necesidades
El fundamento filosófico de la concepción soviética de la economía de consumo fue quizás mejor articulado por el teórico cultural soviético Boris Arvatov, quien sostuvo que bajo el capitalismo, los artículos de consumo eran moldeados principalmente por el imperativo de ganancias de las fuerzas del mercado y por lo tanto no estaban vinculados con las necesidades de los consumidores.41 La priorización de la plusvalía sobre la “importancia social” del objeto hizo que el mercado capitalista fuera fundamentalmente irracional, produciendo una incongruencia entre forma y función: el bien capitalista estaba diseñado para ser agradable en un nivel superficial o estético con el fin de impulsar ventas rápidas y maximizar los márgenes de ganancia, pero en la visión de Arvatov, había pocos incentivos para crear bienes genuinamente socialmente útiles diseñados para el mejoramiento de la sociedad. En contraste, la economía socialista buscaba reconciliar forma y función de una manera más racional, renovando la «unidad orgánica» del «objeto».42 Dicho de otro modo, los planificadores soviéticos podían diseñar y producir deliberadamente la totalidad de los bienes de consumo disponibles siguiendo criterios racionales, excluyendo las dimensiones innecesarias, ornamentales y efectistas del artículo de consumo que eran la norma en el mercado de consumo capitalista. Según Arvatov, fue precisamente esta disyunción entre forma y función la que produjo la alienación capitalista, rompiendo la relación entre el objeto y el consumidor al distorsionar el propósito social del primero.
En la URSS, el productor siempre tenía la razón. La economía soviética se centraba en la producción, ya que los planificadores decidían qué producir en función de lo que consideraban socialmente necesario y buscaban moldear la demanda del consumidor en torno a esta visión centralizada y racionalmente determinada de la necesidad social. Esto no es particularmente sorprendente, dado que el Estado soviético se concebía a sí mismo como un Estado obrero y derivaba su legitimidad del papel central que otorgaba al proletariado en su mitología nacional. Los planificadores y economistas soviéticos tenían una visión fundamentalmente productivista del consumo; los productores debían «determinar y satisfacer las necesidades comunes, universales y racionales», en lugar de que el consumo se viera dictado en gran medida por los caprichos de los propios consumidores.43
Es interesante observar cómo los planificadores y economistas soviéticos lidiaron con la escasez, que no se consideraba un defecto estructural del socialismo ni de la economía soviética:
El lenguaje de la época reflejó bastante bien este cambio. El término popular «defitsit», utilizado para describir la categoría de productos que el Estado sistemáticamente no distribuía, fue reemplazado en el discurso oficial por el torpe término «productos con mayor demanda» (tovary povyshennogo sprosa). En otras palabras, la responsabilidad de la escasez recaía en el comportamiento impredecible de los consumidores y no en el ineficiente sistema de planificación del Estado. De manera similar, el conjunto limitado de bienes realmente disponibles se denominaba normativamente «una variedad suficiente de productos básicos». 44
En este contexto, el comportamiento impredecible del consumidor era la raíz de la disfunción económica. Por lo tanto, corregir el rumbo se convirtió en un problema moral y político. ¿Cómo podría el Estado reconfigurar el comportamiento del consumidor para alinearlo con su visión racional y centralizada? Para nosotros, en Occidente, esto puede parecer una forma casi contraintuitiva de gestionar una economía; sin embargo, se basaba en fundamentos político-morales que podrían interpretarse como de cierta resonancia hoy en día, especialmente al considerarlos en el contexto de las preocupaciones contemporáneas sobre los costos sociales del consumismo de masas y sus repercusiones ecológicas. Un destacado estadístico soviético escribió:
La satisfacción y la formación de necesidades (potrebnosti) son inseparables de la lucha eficaz contra la fascinación por el consumo, el acaparamiento y el culto a las cosas. La democratización del consumo, la superación del deseo de lujo ostentoso y de hábitos de consumo no racionales: todo eso es el rasgo característico del modo de vida socialista.45
Para los planificadores soviéticos, satisfacer el deseo de cada consumidor no solo representaba un desafío logístico, sino que parecía representar la corrupción moral característica del «estilo de vida americano». Oushakine destaca cómo destacados economistas soviéticos describieron una forma alternativa de consumismo, en la que «la racionalización del consumo cobra especial relevancia»: una economía de consumo diseñada para existir dentro de límites prescritos y desarrollarse gradualmente según un plan racional. Este estilo de vida soviético o socialista se formuló como un concepto concreto en la década de 1970 como:
un sistema de comportamiento cotidiano moldeado por las normas sociales y los valores espirituales característicos de la sociedad socialista desarrollada.46
Nuestro ejemplo principal, el helado, es un claro ejemplo de producción racionalizada para el consumo que funciona con éxito. Fue uno de los alimentos selectos elegidos por los planificadores como un bien útil e importante con importancia social, política y nutricional. Sus beneficios para la salud, su asociación con la destreza tecnológica soviética, su pasado como un disfrute exclusivo de la élite imperial y sus cualidades decadentes y lujosas lo convirtieron en un alimento ideal que el Estado debía hacer accesible y asequible para todos. El helado se convirtió en un capricho popular, encarnando curiosamente el espíritu tanto de la causa socialista como de sus logros. El hecho de que el carrito de hielo seco, que fomentaba una nueva forma de sociabilidad consumista, fortaleciera, por cierto, sus méritos como el capricho del trabajador. La promoción del helado fue un ejemplo destacado de consumismo sancionado por el Estado e ideológicamente permisible, que se desarrollaba dentro de los límites prescritos.
La política económica interna soviética tenía un marco moral general y se concibió como un proyecto político que implicaba la continua elaboración y reelaboración del alma socialista, un proyecto que finalmente perdió fuerza hacia el final del mandato de la URSS. Los soviéticos buscaron cada vez más emular las tendencias de consumo de Occidente, al mismo tiempo que criticaban la naturaleza fundamental de la economía de la que pretendían aprender, oscilando entre la imitación y la condena. El Estado luchó por mantener de forma significativa su compromiso con el «modo de vida socialista» frente a su creciente deseo de acelerar la «producción socialista de mercancías». A medida que el nivel de vida y el consumismo se convirtieron en la nueva frontera de la Guerra Fría en la década de 1950, la promesa de Jruschov de que la abundancia socialista superaría al mercado de consumo estadounidense resultó en gran medida contraproducente.47 La «coexistencia pacífica» soviética, impulsada por Jruschov, agravó la desilusión interna, ya que los intercambios culturales permitieron que representaciones más positivas de la cultura estadounidense y la variedad de consumidores se filtraran a la URSS. En última instancia, al intentar combatir el capitalismo estadounidense en sus propios términos, la URSS se condenó a una batalla que no podía ganar, ya que las propias fortalezas de la economía soviética fueron lo que la distinguió del Occidente consumista, desde un principio.
En lugar de una amplia gama de opciones de consumo con una oferta abundante, los ciudadanos soviéticos se beneficiaron del pleno empleo, la estabilidad de precios, la atención médica universal y la provisión estatal de vivienda. Los extensos programas de bienestar social garantizaron la satisfacción de las necesidades básicas de los ciudadanos soviéticos, y el amplio control estatal sobre los bienes esenciales redujo la dependencia de los mercados volátiles, proporcionando un nivel de seguridad básico ausente en las contrapartes capitalistas de la URSS.48 Estos pilares del bienestar no tenían el brillo y el atractivo sexual del rock ‘n’ roll y los jeans estadounidenses, lo que perjudicó a los soviéticos durante el nuevo campo de batalla ideológico de la Guerra Fría. A pesar de la nueva era de coexistencia pacífica, la imagen de larga data de Estados Unidos como el enemigo número uno no podía deshacerse fácilmente, y la explosiva hegemonía cultural global de Estados Unidos puso cada vez más a los soviéticos a la defensiva, censurando y controlando la información de manera reactiva para limitar la influencia proestadounidense. Si bien se ha exagerado hasta qué punto la elección del consumidor fue una causa del colapso soviético, fue, no obstante, un factor en una constelación de variables que derrumbaron al estado enfermo. Pero a pesar de finalmente ceder ante las crecientes crisis estructurales, la economía soviética, durante un tiempo, ofreció una alternativa real al tan criticado exceso, desigualdad e hiperconsumismo de la economía capitalista. Esto en sí mismo merece la pena examinarlo.
Hoy, la urgencia de la crisis climática ha obligado a activistas y radicales a cuestionar el estado de nuestra relación actual con el consumo y la producción. La crisis climática en curso plantea importantes preguntas sobre cómo consumimos y producimos. Gran parte del problema proviene de los patrones de consumo en Occidente, que sistemáticamente trasladan los costos ambientales de sus excesos al Tercer Mundo.49 En este sentido, la crítica soviética al consumismo occidental conserva una relevancia notable, y su defensa de una modesta «variedad suficiente de productos básicos» para los consumidores puede ser menos una autojustificación ideológica vacía que un llamado sustancial a una forma de vida diferente, una basada en la antigua crítica marxista y soviética del despilfarro burgués. Esta adaptación del consumidor a una gama fija y regulada de productos básicos disponibles o al «modo de vida socialista» tiene algunas afinidades y paralelismos con los debates académicos contemporáneos en torno a los enfoques de «decrecimiento» del marxismo. Escritores ecosocialistas como Kohei Saito teorizan que la actividad económica del futuro sistema poscapitalista está racionalmente planificada y orientada a las necesidades sociales, a la vez que reduce deliberadamente la producción material de la economía para mantenerse dentro de los límites planetarios.50
Si bien algunos pueden burlarse de la idea de derivar implicaciones ambientales positivas de la experiencia soviética, la percepción de que la URSS fue totalmente destructiva para el medio ambiente tampoco es del todo acertada. De hecho, el historiador ambiental Stephen Brain ha escrito un estudio monumental sobre las hercúleas políticas forestales de Stalin, que representaron «el primer intento explícito del mundo de revertir el cambio climático inducido por el hombre».51 El estado estalinista estableció agresivamente millones de hectáreas de bosque, priorizando sistemáticamente los objetivos ecológicos incluso por encima de los imperativos industriales y económicos. Esto no niega las verdaderas catástrofes ambientales ocurridas en el período soviético, pero complica una narrativa simplista de una manera bienvenida. Estas contradicciones son destacadas por el ambientalista Andy Bruno, quien, en la Monthly Review, resume el análisis de Salvatore Engel-Di Mauro sobre el legado ecosocialista del Socialismo Actual Existente.
No solo “algunos impactos ambientales desastrosos del socialismo de Estado… no fueron generalizados ni intrínsecos”, sino que los efectos netos de los estados socialistas fueron “ambientalmente constructivos”. Los “logros dentro de los países socialistas de Estado” son “ejemplos prácticos a partir de los cuales se pueden construir futuros ecosocialistas”.52
El modelo para una relación diferente con el consumo puede recuperarse, al menos parcialmente, del pasado socialista.
Conclusión
La historia del helado soviético descrita en este artículo tiene claramente implicaciones que van mucho más allá del helado. La cultura material, la ideología y las prácticas cotidianas se entrecruzan para moldear la vida social de maneras a menudo sorprendentes e históricamente significativas. Más importante aún, estas historias reflejan nuestro presente. Mi desacuerdo con gran parte de la investigación contemporánea que aborda estos temas radica en la ligereza con la que los académicos suelen escribir sobre las aspiraciones utópicas de los soviéticos: con condescendencia e indiferencia, negándose a profundizar o ahondar en las ideas intelectuales de sus sujetos históricos.
La misión histórica bolchevique se basaba en una visión de transformación social que, en la práctica, fue brutal, sangrienta, monumental y de alcance mundial. Con altibajos catastróficos y altibajos vertiginosos, la historia de la revolución rusa y sus consecuencias desgarraron la historia, rompiendo con las estructuras, normas y expectativas existentes de maneras que tuvieron efectos profundos y de gran alcance. Hoy, nos precipitamos hacia la catástrofe climática con sorprendente indiferencia, superando constantemente los objetivos de la ONU en materia de emisiones de gases de efecto invernadero. Nuestra autodestrucción colectiva se ha vuelto casi banal. En este contexto, el impulso bolchevique de imaginar y perseguir un futuro radicalmente diferente parece no solo convincente, sino políticamente necesario. El sabor del helado soviético perdura, en su pequeña medida, como el sabor de una posibilidad social.
Notas
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- David Masci, “In Russia, Nostalgia for Soviet Union and Positive Feelings About Stalin,” Pew Research Center, June 29, 2017, https://www.pewresearch.org/short-reads/2017/06/29/in-russia-nostalgia-for-soviet-union-and-positive-feelings-about-stalin/; Neli Esipova and Julie Ray, “Former Soviet Countries See More Harm From Breakup,” Gallup, December 19, 2013, https://news.gallup.com/poll/166538/former-soviet-countries-harm-breakup.aspx
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